Pablo Menacho, poeta panameño
La noche sublimada de André Cruchaga
Pablo Menacho
La palabra escrita, cuando se trata de un acto de creación consciente, adquiere nuevas vestiduras, nuevos y resplandecientes ropajes, pues se hace transmisora de nuestras emociones más íntimas y, por lo tanto, más transparentes. Se hace auténtica y única. Sobre todo si estas emociones están vinculadas indisolublemente a los sentimientos más viscerales del ser humano que adquieren, además, pinceladas de extraordinaria belleza que la transfiguran en imágenes perfectamente perceptibles por un interlocutor que esté o no en sintonía exacta con lo que ha querido decir, en este caso, el poeta.
André Cruchaga lo sabe perfectamente bien, pues es un conocedor pleno y un hacedor de este oficio, a veces ingrato, pero muchas veces regocijante, y por ello su palabra es una precisa y clara talladura en la madera o la finísima filigrana de un orfebre que es capaz de crear formas novedosas y bellas con las que iluminar al mundo, al alma misma, convertida en piel a la intemperie y, por lo tanto, en hálito de vida, es decir: en experiencia plenamente vivencial.
Su vasta trayectoria y su trabajo cada vez más depurado y acunado en el silencio y la soledad que circunda todo acto creador dan a la luz de las Letras de este país, pequeño en espacio, pero vasto en la densidad de sus emociones, un puñado de versos que, más que una sublimación de la noche, son el primer destello del alba, es decir: ráfagas de la luz más pura que ilumina nuestro espíritu y nuestra conciencia.
Pero el poeta, en esa noche que anuncia sombras, a pesar de constatar la desesperanza de estos días aparentemente aciagos, se hace observador agudo e, incluso, profético e incisivo, de su realidad inmediata, del entorno en el que transcurre su cotidianeidad y en que, más allá del paisaje del hermoso y desnudo cuerpo de una mujer amada, crecen sus preocupaciones más entrañables. Porque es capaz de vislumbrar, parafraseándolo un poco, que “al filo de la ternura” toma forma el país en “esta historia inevitable de arena”.
Por donde se atisben sus versos, se les mira cosidos con el conocimiento de una tradición literaria muy vasta, en la que pueden percibirse, por ejemplo, las huellas del movimiento surrealista, cuya onda expansiva aún parece acompañarnos en estos tiempos de “posmodernidad”, pero también los oscuros ecos de César Vallejo o, en el otro extremo, los de Vicente Huidobro y, con ellos, la Generación del 27 en pleno, pues los mismos trasuntan, sobre todo, amor, pero un amor que es doble: por una parte, teñido por la vorágine indescifrable de la pasión y el deseo. Por la otra, amor a las raíces esenciales y al entorno en el que crecemos y avanzamos por la vida.
Por ello, nuestra querida y común amiga, la escritora y crítica dominicana Teonilda Madera, en el prólogo a este libro que nos convoca, señala que:
“La voz dolorosa formula una interrogante lacerante […] que
advierte que el peligro acecha, que la patria está plagada de
angustia, que hay sobresalto, dolor y tiniebla en el país.”
Ese país, por supuesto, que es otra piel que nos cubre: la de nuestros sueños y la de nuestras preocupaciones, la de nuestro desaliento y la de nuestros anhelos, donde el poeta, al contemplar la realidad que le circunda, nos dice:
En fin, vos y este País son mi única Historia verdadera:
[la perversidad
de los tatuajes, el puñal que luego se torna en elegía,
los mártires que duelen como una flor en las pupilas […]
Ese país que es inseparable de nosotros, de nuestra construcción humana, de nuestro pensamiento, y por tanto, amado y malquerido, ya que su entorno vital es el que nos hace ser lo que somos, el que nos acosa y el que nos redime a la vez, pero, en síntesis, es el espacio en el que se crea una obra poética que no podría ser la misma en otro lugar del planeta ni alcanzar las cotas a las que ha llegado, sino se nutriera con el asombro y la contemplación de cada segundo de este paisaje social.
En medio de los abismos que parecen acompañar las horas del poeta, André Cruchaga deja traslucir que el rumbo de los tiempos merece ser observado con precautoria atención, de modo que el poeta nos señala, escondidos o develados en sus versos, los signos exactos que marcan su época y, por lo tanto, los días de la historia en la que transita hoy sobre esta tierra.
Sublima, pues, la noche que transita entre la pasión y el deseo, pero también devela la noche de los tiempos, ese espacio que parece marcar, más que una crisis, el capítulo final del Humanismo, asediado, primero, por un hedonismo que ganó espacios desde hace décadas, pero también, arrinconado por la unipolaridad del mundo y los desequilibrios con los que dan tumbos nuestras sociedades actuales, siempre a la espera de esos momentos en que un destello, aunque sea fugaz, sea capaz de transformarlo todo y en transmutar la oscuridad en resonancias de luz.
* * * * *
Hace unos años, en este mismo país, bajo un pertinaz aguacero, nos presentamos un grupo de poetas, entre los que nos encontrábamos David Huerta, Belén Artuñedo Guillén, Teonilda Madera y este servidor, a dar un recital en el Centro Cultural de la Embajada de México. A la entrada estaba un hombre entusiasmado con unos papeles en sus manos que contenían algunos poemas escritos por nosotros y que él había rescatado cuidadosamente de la Internet.
Él también habría de acompañarnos en la lectura aquella noche que, a la luz de los años, ha seguido siendo particularmente especial para varios de nosotros y que, evidentemente, sigue proyectándose en el tiempo y en el espacio.
Así fue nuestro primer encuentro con André Cruchaga aquella mágica noche de un miércoles de julio del año 2002. Luego, atestiguamos su extraordinario amor por la poesía y con él su extraordinaria generosidad, pues más que difundir su propia obra poética, desde hace unos años atrás, emprendió un proyecto vasto de divulgación literaria que hoy es consulta obligada a través de la Internet.
De aquella noche primera a esta, en la que precisamente André Cruchaga nos regala con su libro Sublimación de la noche, que nos anuncia también nuevas claridades, pues siempre, después de la noche aparece la luz del día, abrazamos con verdadero regocijo estos versos suyos que nos irradian y nos proponen un mejor destino como seres humanos desde nuestra individualidad y nuestra colectividad.
Muchas gracias.
San Salvador, 27 de enero de 2011.
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