André Cruchaga
reseña
POST
SCRIPTUM
André Cruchaga
Imprenta y Offset Ricaldone, El Salvador,
2014
Por Gregorio Muelas Bermúdez
El poeta salvadoreño André Cruchaga es una de las
máximas figuras de la poesía centroamericana actual, su dilatada obra avala el
quehacer de un autor comprometido con los sentimientos más profundos del ser
humano y su poesía se convierte en un vehemente alegato contra una realidad
maniquea dominada por los intereses corporativos y el capital.
En Post scriptum vuelve a incidir
en los temas que le preocupan pues André tiene la asombrosa capacidad de mutar
su lenguaje para concebir un amplio registro de tonos para expresar su
particular universo creativo.
En el presente volumen cuenta con la inestimable
colaboración de la escritora y traductora rumana Elisabeta Botan, que realiza
un impecable trabajo de traducción a la lengua de Eminescu, vertiendo con
fidelidad y emoción el lenguaje críptico de un poeta que sabe purgar a la
palabra de la ponzoña relativista, pues André Cruchaga es un incansable
buscador de verdades ocultas. Elisabeta Botan es autora además del comentario
que figura en la contraportada, que nos introduce sabiamente en la naturaleza
onírica y la “belleza embriagadora” de unos paisajes poblados “con
imágenes fantasmagóricas, códigos y símbolos”, proporcionando al lector las
claves necesarias para abordar la lectura de un poemario oscuro y denso, marca
del poeta.
Constituido por noventa y ocho poemas en prosa,
fechados en 2013, a modo de dietario metafísico, y desde su reducto, Barataria,
André Cruchaga canta, a veces con desencanto pero con un relámpago de
esperanza, a un tiempo manchado por la ceniza, repleto de espejos y espejismos
que acentúan la soledad del hombre que espera en el andén a que Dios hable con
él, una espera que se transforma en monólogo con “algo” que escucha, y que se
transfigura en discurso metaliterario para tratar de aliviar el hastío y la
ansiedad que la noche y el silencio le generan.
De expresionismo podríamos tachar el estilo del
poeta salvadoreño, que a la manera de los cineastas alemanes de la época muda,
puebla de aristas el decorado de sus composiciones, donde las sombras son
persuasivas. Pasadizo, ataúd, crematorio, pantano, escombro, son algunos de los
escenarios donde el poema se adentra con intención crítica. Pero si algo define
su estilo es su enorme capacidad para acordar conceptos e ideas en un discurso
atonal que deslumbra e inquieta. Así su escritura se puede desglosar en
diversas esferas que se superponen e interrelacionan para dotar de sentido el
juego de las palabras, que el poeta conjuga con el virtuosismo de un
malabarista. Algo que también se articula de forma tipográfica, entre
paréntesis y en cursiva, donde una segunda voz se expresa con voluntad aforística,
veamos un magnífico ejemplo: “(No toda luz es fuego de luciérnagas por más
que se le quiera conferir misterio a lo inmóvil.)”
En definitiva, André Cruchaga se entrega a un
admirable ejercicio de desnudez creativa al trazar paradigmas oníricos que encierran
grandes metáforas sobre la incertidumbre y el derrumbe en un mundo anestesiado
por el consumo y una falsa sensación de inmortalidad, consciente de que sólo en
los recovecos oscuros del alma anida la verdadera esencia del ser humano. Así
el poeta salvadoreño plantea un reto al lector, que debe descifrar su doble
sentido a través del andamiaje de papel de unos versos ateridos por el frío de
la noche sin estrellas.
España,
11 de agosto de 2016