NINGÚ NO ENS SALVA DE LES NOSTRES
CREMADES
Hace ya mucho lo sabemos:
No vendrán sandalias a cubrirnos los pies sobre arrecifes
ni aureolas a salvarnos del cataclismo inquisidor en nuestras vísceras
Irelia Pérez
Potser ningú no ens salvarà de totes aquestes
cremades del riu del sospir,
i de l’aigua fugitiva de la sospita:
el pit sempre fou el reflex
de les intempèries més malèvoles, i
tot i així despullem les nostres ales.
Als exteriors de la saliva del desig,
el repic obert de la febre,
mentre la viva carn de les teues
cuixes es tornava la flama primerenca,
de vegades incerta, a les meues mans
de Fuster.
Supose que ningú no salvarà aquesta
ardor moltes vegades amb fúria i tirania,
Ningú no ololarà el paisatge perfumat
de la dansa alada a l’estany,
ningú no mossegarà tant batec com
provingué de les vísceres agitades
de l’horitzó de llavors, dels verds
peus alegres de la avidesa
Davant del goig que mai no fou
saldat, continua la pedra foguera com vent
viu, entre la geografia del foc i les
ombres.
Aleshores, vèiem diferent el món. I
la teua pell sagnava una harmònica
redona d’ocells dins del recinte
tremolós de les flassades.
Érem joves, llavors, el nostre únic
cataclisme era la set i, si de cas,
bracejar en les íntimes giragonses de
l’embriaguesa.
Aleshores la rosa de l’alba fou la
meua pau, asilada a la meua gola.
.
. Poema d’ANDRÉ CRUCHAGA traduït en
català per PERE BESSÓ
.
NADIE NOS SALVA DE NUESTRAS QUEMADURAS
Hace ya mucho lo sabemos:
No vendrán sandalias a cubrirnos los pies sobre arrecifes
ni aureolas a salvarnos del cataclismo inquisidor en nuestras vísceras
Irelia Pérez
Quizás nadie nos salve de todas estas
quemaduras del río del suspiro,
y del agua fugitiva de la sospecha:
el pecho siempre fue el reflejo
de las intemperies más aviesas, y aún
así desnudamos nuestras alas.
En los exteriores de la saliva del
deseo, el tañido abierto de la fiebre,
mientras la viva carne de tus muslos
se volvía la flama temprana,
a veces incierta, en mis manos de
carpintero.
Supongo que nadie salvará este ardor
muchas veces con furia y tiranía,
nadie olerá el paisaje perfumado de
la danza alada sobre el estanque,
nadie morderá cuanto latido provino
de las vísceras agitadas
del horizonte de entonces, de los
verdes pies alegres de la avidez
Frente al gozo que nunca fue
finiquitado, sique el pedernal como viento
vivo, entre la geografía del fuego y
las sombras.
Entonces, veíamos diferente al mundo.
Y tu piel sangraba una armónica
redonda de pájaros dentro del recinto
tembloroso de las cobijas.
Éramos jóvenes, entonces, nuestro
único cataclismo era la sed y, acaso,
bracear en los íntimos recovecos de
la embriaguez.
Entonces la rosa del alba fue mi paz,
asilada en mi garganta.
.
Del libro: ‘Fuego de llaves
invisibles’, 2021
©André Cruchaga
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