A voltes la distància és la companyia més certa que tenim;
germinen incomptables les absències, l’edat que perd el panteix,
la fi de l’espavent quan arriba la partida,
la brisa on immolem els parèntesis d’ahir, hui i demà.
Fotografía de Alfonso Aguirre
GERMINACIÓ DE LA RESPIRACIÓ/ GERMINACIÓN DE LA RESPIRACIÓN: COMENTARIO Y TRADUCCIÓN DE PERE BESSÓ.
Querido André:
Un poema maduro. No en balde asumes desde la escritura –ya desde el propio título- que tu respiración ha germinado. El halo vital se insume en el poema, sabiendo, como dices, que el amor es una boca de larga agonía.
He recortado del poema, por más que la lectura honda requiere de todos sus versos, unos fragmentos que valen por si mismos como auténticos 'poemas' que para sí quisieran muchos cantores de la brevedad:
El poema empieza cuando algo muere: todo fulgor tiene vigas
de ceniza, aires indefinibles, pálpitos misteriosos que luego
escapan de las ventanas como los vilanos.
Deliciosa e inquietante certeza: en el principio está el fin, decían los clásicos. La muerte como culminación de la vida. Sí, pero André va más allá, si es que eso es posible. Llegados a la cima de la experiencia humana, que es imperfecta y condenada a la nada, queda el comienzo de un nuevo fulgor, el poema, que es como la luz, de otra manera. Podríamos citar Yves Bonnefoy: la imperfección está en la cima. Podríamos decir ínfulas de metafísica, pero andaríamos errados. Honda reflexión y delicadeza. Algo tan inmaterial como el fulgor, el destello -l’éclat de los simbolistas- aparece como el edificio con bigas que lo sostienen y vaya bigas, de ceniza, nada menos. Ya estamos acostumbrados a ese vívido contraste con que André suele apuntalar su poesía, que es ir allá de la mera provocación al lector. Insisto que no hay que quedarse con el espejo de la metafísica, porque sí, en este poema la reflexión es honda, pero también permanece en el puntillismo del detalle más coloquial y doméstico. Observemos la comparación de esos aires y pálpitos del fragmento anterior, tan próximos a una adjetivación neorromántica, casi forzada, para provocar el pullazo del contrapunto con un elemento tan aparentemente fútil como del reino de nuestra infancia: los vilanos.
Vilanos que nosotros, los niños valencianos de mi época tratábamos de coger, cuando un aire los levantaba y comenzaban su revoleteo en ascensión. Y cantábamos, como un juego más, a los agüelets. Forma dialectal de güelo o aviet, en valenciano normativo; en castellano: abuelitos. La consideración de esta metáfora pura nos llevaría, quizás, a la lectura antropológica en torno a la muerte, pero creo que también la lectura de la esperanza: se nos decía a los niños que si atrapábamos un vilano y pensábamos secretamente en un deseo, éste se cumpliría si abríamos la palma de la mano, soplábamos y el vilano iniciaba su lenta ascensión hacia el firmamento...
Escojo otro fragmento, para acabar, que merecería mucho más a comentar, pero voy a señalar sólo un elemento constante en tu poesía: la afición a la definición, algo tan querido de los clásicos, lo que conlleva en síntesis a la metáfora copulativa de ambos planos o a la tendencia de las parasemias o refranes: “En cada lágrima hay incesantes pañuelos”…
En cada lágrima hay incesantes pañuelos:
la lluvia hace su labor para limpiar el alma, germinan las formas
más diversas de la luz, el asombro sin amputaciones,
el aura en el ojo del verso, la semilla derramada en la tinta.
GERMINACIÓ DE LA RESPIRACIÓ
Al capdavall la poesia respira en la germinació del rictu
enfilat en les anadures de la fullaraca. Al capdavall,
caminar és sanar succeint-se en el fluir de les voravies
que obrin el camí assumit pel ferment, raneres
de la llavor llostrejada, dins del foc que ens sosté.
En l’enfiladissa del vent, cenyeixen les aigües la seua cintura,
temps a revelar-se en la redonesa de les paraules,
diguem-ne respiració propiciatòria
que fa fragor als papirs de l’hàlit, estany de tròpics
i paradoxes, definitiu hivern, graó pregon de la gola.
A voltes la distància és la companyia més certa que tenim;
germinen incomptables les absències, l’edat que perd el panteix,
la fi de l’espavent quan arriba la partida,
la brisa on immolem els parèntesis d’ahir, hui i demà.
Tot allò que ens és donat ho reconec en la respiració:
aprenguí del pinar el xerric de les branques de la consciència,
l’alé de la llum en la trementina,
la immanència del vent en les llavors, també la finestra que s’inunda d’atropellaments,
llibres mig oberts de la becada, l’ofegament de la tinta en la mirada.
Malgrat tot, sostinc la respiració dels màstics,
el paradís és aquesta faena d’escriure tots els dies amb llàntia
i tinta i quadern, amb records, empomant el cresol
fins a veure llum en la ferida, perquè viure és encara una invitació
al poema, a la cruïlla del mar sense repòs i sense fatiga.
Tinc pressa, és clar, per això no em detinc en bagatel•les,
ni en els armaris oxidats que guardaren el meu pit:
el temps naix en cada alabastre del poema,
naix en la bresca del llampec, en l’ofici dels arrels;
el temps és cada un dins del tuguri de les ombres,
el món, un perllongament adust de les bresques,
on els dits enfonsen les seues mateixes cabòries.
El poema comença quan alguna cosa mor: tot fulgor té bigues
de cendra, aires indefinibles, bategades misterioses que després
escapen de les finestres com els vil•lans.
Com no pensar, al capdavall, en l’encaix dels litorals,
en la tasca del record que neteja la casa, en els senyals visibles
de la terra? En cada llàgrima hi ha incessants mocadors:
la pluja fa la seua faena per a netejar l’ànima, germinen les formes
més diverses de la llum, l’espavent sense amputacions,
l’aura en l’ull del vers, el sement vessat en la tinta.
Res no ha mort i tanmateix tot mor: la pell dissol
El sexe en l’expiració: l’amor és una boca de llarga agonia,
On obra la incandescència. La respiració fa allò que li pertoca:
Deixondeix l’espill i face florir la set…
Baratària, octubre de 2011
GERMINACIÓN DE LA RESPIRACIÓN
Después de todo la poesía respira en la germinación del rictus
enhebrado en las andaduras de la hojarasca. Después de todo,
caminar es ir sucediéndose en el fluir de las aceras
que abren el camino asumido por el fermento, estertores
de la semilla amanecida, dentro del fuego que nos sostiene.
En la enredadera del viento, ciñen las aguas su cintura,
tiempo a revelarse en la redondez de las palabras,
digamos respiración propiciatoria
que hace fragor en los papiros del hálito, estanque de trópicos
y paradojas, definitivo invierno, hondo peldaño de la garganta.
A veces la distancia es la compañía más cierta que tenemos;
germinan incontables las ausencias, la edad que pierde el jadeo,
el final del asombro cuando llega la partida,
la brisa donde inmolamos los paréntesis de ayer, hoy y mañana.
Todo cuanto nos es dado lo reconozco en la respiración:
aprendí del pinar el chirrido de las ramas de la conciencia,
el aliento de la luz en la trementina,
la inminencia del viento en las semillas, también la ventana
que se inunda de atropellos,
libros semiabiertos del entresueño, el ahogo de la tinta en la mirada.
Pese a todo, sostengo la respiración de los almácigos,
el paraíso es esta faena de escribir todos los días con lámpara
y tinta y cuaderno, con recuerdos, empuñando el candil
hasta ver luz en la herida, porque vivir es todavía, una invitación
al poema, al cruce del mar sin descanso y sin fatiga.
Tengo prisa, desde luego, por eso no me detengo en bagatelas,
ni en los armarios oxidados que guardaron mi pecho:
el tiempo nace en cada alabastro del poema,
nace en el panal del relámpago, en el oficio de las raíces;
el tiempo es cada uno dentro del tugurio de las sombras,
el mundo, una prolongación adusta de los panales,
donde los dedos hunden sus propias cavilaciones.
El poema empieza cuando algo muere: todo fulgor tiene vigas
de ceniza, aires indefinibles, pálpitos misteriosos que luego
escapan de las ventanas como los vilanos.
¿Cómo no pensar, después de todo, en el encaje de los litorales,
en la labor del recuerdo que limpia la casa, en las señales visibles
de la tierra? En cada lágrima hay incesantes pañuelos:
la lluvia hace su labor para limpiar el alma, germinan las formas
más diversas de la luz, el asombro sin amputaciones,
el aura en el ojo del verso, la semilla derramada en la tinta.
Nada ha muerto y sin embargo todo muere: la piel disuelve
El sexo en la expiración: el amor es una boca de larga agonía,
Donde obra la incandescencia. La respiración hace lo suyo:
Desvela el espejo y hace florecer la sed…
Barataria, octubre de 2011
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