Gregorio Muelas Bermúdez
PRÓLOGO
OFICIO PARA SONÁMBULOS
PRÓLOGO
Corta la vida o larga, todo
lo que vivimos se reduce
a un gris residuo en la memoria.
Ida Vitale
La poesía de
André Cruchaga es un apasionante viaje iniciático por las calles más
intrincadas y oscuras del alma humana, unas calles humedecidas por el relente
de la melancolía, porque el paisaje de fondo que se vislumbra en sus poemas no
es más, ni menos, que un reflejo bruñido de nuestro interior más torturado. Un
fondo, por otro lado, plagado de contrastes, al que el poeta salvadoreño ha sabido aplicar la forma idónea, el poema
en prosa.
André Cruchaga
hace poesía del conocido aserto de José Saramago, según el cual el Nobel
portugués decía escribir para desasosegar, es decir, para incomodar la
sensibilidad del lector con la intención de poner en crisis el sustrato de su
conciencia. Para ello, el autor recurre a un lenguaje incisivo a la par que
efectista para provocar ese despabilamiento capaz de abstraer al
individuo del conformismo más inocuo y vacío. Porque la vida duele y
somos herida abierta, André Cruchaga indaga en sus extremos con el poder que le
otorga la palabra encendida.
A priori no
resulta sencilla la lectura de los versos de Cruchaga, que es capaz de llevar
el lenguaje al más alto nivel de inventiva, llegando a asumir los presupuestos
surrealistas. Así las metáforas, tan deslumbrantes como crípticas, se suceden e
hilvanan de un modo muy singular. Sin duda, André Cruchaga exhibe un estilo
propio, sin parangón en el ámbito latinoamericano actual, que gracias a su
innegable calidad estética, forjada en el yunque del culteranismo más ecléctico
y vanguardista, con más espacios de sombra que de luz, y merced al ritmo
subterráneo de su escritura, ha conseguido trasponer fronteras, tanto físicas
como idiomáticas, así sus libros han visto la luz en Estados Unidos, México y
Cuba, y sus versos se han vertido a diversas lenguas, como el francés, el
inglés, por Grace B. Castro H., el euskera, el catalán, de la mano de Pere
Bessó, y el rumano, gracias, entre otros, a Elisabeta Botan, Tanase Anca, Ioana
Haitchi, Elena Buldum y Andrei Langa. Un cosmopolitismo que dice mucho del eco
y alcance de su obra.
Y es que a
André Cruchaga ninguna palabra le es ajena, ninguna se resiste a formar parte
de su discurso, un discurso, por otro lado, que fluye torrencial y cadencioso,
como expresión cifrada de un pensamiento crítico. De ahí que su léxico sea
asombrosamente amplio, con un uso eficaz de la sinestesia, el clímax y otras
figuras retóricas, dispuestas al servicio del ideario poético de su autor,
siempre fiel a su estética, de la que se desprende una reflexión sobre el
sufrimiento y la angustia. Podríamos tachar a su poesía de existencialista y
sería insuficiente para definir una propuesta que en verdad supera cualquier
etiqueta, todas parecen exiguas para abarcar los múltiples matices de unos
poemas de esencia onírica.
Una extensa
cita de Joan Brossa, referente del poeta, a modo de proemio (conviene nombrar a otros autores, como
Efraín Huerta, Vicente Huidobro, Ida Vitale o José Martí, o los franceses
Jacques Prévert, Louis Aragon o Paul Éluard, a los que el poeta cita entre sus
páginas y que permiten reconocer algunas de sus influencias) abre paso al
“Litoral” de versos que transitan por las calles de un libro complejo,
metafísico, que es un dechado de significantes y significados. Si antes se
hacía alusión al culteranismo, ahora se podría hablar de un conceptismo
barnizado por el influjo de la vanguardia. André Cruchaga bebe de muchas aguas
para calmar su ansia, pero es su enorme capacidad dialéctica y la plasticidad
de las imágenes que crea las principales características de un estilo tan
elocuente como preciso.
Los ochenta y
tres poemas que integran este libro se erigen en otras tantas maneras de
interpretar el mundo, el mundo propio del poeta, que, con su decir particular,
único, enuncia la estrecha relación o permanente vínculo que hace de las cosas
un flujo continuo. No es de extrañar que estos poemas no se agoten en una sola
lectura pues exigen del lector una atención metódica, solo así, tras sucesivas
lecturas, podrá advertir los numerosos senderos que se bifurcan, la
multiplicidad de matices y aristas, el tono de denuncia que vierte en su
poesía.
Nos hallamos
ante poemas que se estratifican en diversas voces, expresadas en letra normal y
en cursiva y habitualmente marcadas por paréntesis, guiones o corchetes.
Ciertamente no existe mejor forma de enunciar este vehemente discurso contra la
intolerancia. Pero si algo caracteriza el estilo de Cruchaga es el particular
tratamiento que hace de los temas que le preocupan: la muerte, porque el poeta
sabe “de antemano que toda la carne va a dar a la tierra”, como “tardío colofón
de epitafios”; la angustia, o el miedo. Cualquier poema, extraído al azar, es
un paradigma, tal es la inquietud del poeta por descifrar la verdadera raíz del
sufrimiento.
Otro de los
grandes logros de la poesía de André Cruchaga es su capacidad para hacer
concreto lo abstracto a través de la creación de imágenes de un gran poder
sugeridor y una asombrosa fisicidad, cuya interpretación coadyuva a
contrarrestar los efectos deshumanizadores del gran capital. Sin duda, nos
hallamos ante una poesía que no pretende dejar indiferente a nadie, pues el
oficio del poeta debe ser alertar al lector u oyente sobre las presumibles
consecuencias de un mundo que navega a la deriva y que amenaza con arrastrar al
hombre en su vorágine, pues éste, libre de su albedrío, se devana en
trivialidades propias de un incipiente estado de sonambulismo.
Gregorio
Muelas Bermúdez
Catarroja,
Valencia, abril de 2017
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