martes, 12 de octubre de 2010

CAMPANARIO DEL OMBLIGO-COMENTARIO Y TRADUCCIÓN AL CATALÁN POR PERE BESSÓ

Pere Bessó, poeta y traductor español






CAMPANARIO DEL OMBLIGO-COMENTARIO Y TRADUCCIÓN AL CATALÁN POR PERE BESSÓ



Querido poeta:

Hoy prefiero este tratamiento que no es distanciador sino dignificante para quien bien oficia. En verdad he gozado con la lectura de “Campanario del ombligo”, texto descaradamente sensual y, más aún, erótico. Que el título, antesala y pórtico del poema, trabe tal metáfora es digno de estudiar. Una metáfora arriesgada entre lo monumental y lo diminuto: ¿qué semejanza o contigüidad aportan el uno al otro para que el lector descubra por ley de asentimiento tal metáfora? A de B. Plano real y plano simbólico. ¿Pero un campanario del ombligo? Éste, amigas y amigos, es el riesgo con el que trata cada noche el poeta. La ruptura de la lógica de uso, por la lógica transracional del sentido que se libera. ¿No dijeron acaso nuestros clásicos –incluyo los modernos, José lezama Lima- que el cuerpo de la amada es una catedral? Basta con leer el poema y se comprende que García Lorca o Aleixandre, más allá de la comparación, vieran, sentidos avizor, que el cuerpo era águila o toro. Y acá no se trataba meramente de acudir a beneficio de inventario a los animales totémicos, como sí es el caso del gato de la cita de Carlos Barral, poco pródigo a semejantes excesos de aireamiento íntimo. Un gato, por cierto, que se debate de la noche al alba entre las puntas de sus patas (uñas) y las puntas de los senos de Eos o Ios, la diosa de la Aurora, un alba animificada y tan femenina como los albores de la poesía.
Pero volvamos al hilo de Ariadna y a los tibios infiernos de André Cruchaga. Un ombligo capaz de llamar in media res a la protuberancia, a las señales deleitosas, parada y fonda, bien puede ser considerado no sólo el centro umbilical del cuerpo, sino –sigamos la metágora lexicalizada- el ombligo del mundo. Y es un ombligo que clama en el desierto del poeta. Y no la primera vez que en alguno de sus poemas. (Sería curioso hacer una lectura de los entresijos del cuerpo y de la piel que André Cruchaga canta). Un ombligo que es también metáfora de género próximo, como lo es el vientre del arbusto o del montículo, metáforas o imágenes preclaras que no necesitan mayor aviso. Un ombligo que llama a cumplir religiosamente como tal. Un campanario que guarda en su interior la campana del clamor evangélico. Un campanario que no sólo debemos referenciar junto con campana y badajo, sino también con campánula; es decir con el menudo badajillo crepuscular, ni más ni menos que, en mi opinión, el clítoris de la amada. Arriesgo, lo sé. Pero la saliva del poeta es mi mejor testigo en esta escritura del deseo o lo que se ha convenido en llamar, desde la perspectiva de género, escritura del cuerpo.
Y está claro que, a partir de la senda del interior del poema que con la metáfora iniciática se vislumbra, podemos gozar el viático carnal. Y es así como encontramos un tratamiento simbólico a todas luces del mejor erotismo. Y lo grandioso es que André Cruchaga construye a partir de estructuras lexicalizadas por doquier: leemos el ‘portillo’, por ejemplo, y nos viene a la mente esa expresividad de las gentes sencillas con que denominan la entrada a la caverna del goce. Leemos la deleitosa y dulce ‘sal marina’ del goce y sabemos cómo en el común mortal sal y sudor se emparentan, etc. Y así nos encadenamos en la morosidad de la caricia junto a los ayes, perdón, trinos de las aves que organan (orgañan, orgasman). Así lo quería, por ejemplo, el maestro Gonzalo de Berceo en el prohemio de los Milagros de Nuestra Señora. Y así la membresía adicta del poeta amigo volverá los ojos al bosque, pero también al mar, sin necesidad de trasegar en la noche del delirio el ámbito de la intimidad propia. No resultará ocioso, pues, que el clímax aparezca en el poema como ritmo de acantilado y clamor de incendio. Un clímax al que se aboca el poeta resuelto en el nido de la fronda más oculta, súbitamente iluminada. Y la campana tañe y repica. Y el ombligo se da a los últimos y más altos jadeos.
Permítaseme, para acabar, la expresión al uso de la tierra serrana que guardo para otros menesteres: “¡Aguas por todas las tablas!”
Mis saludos plenos de afecto y cordialidad, poeta amigo.
Pere Bessó.

València, 12 Octubre 2010.






CAMPANARI DEL MELIC



alba rosada sobre el gris de un gato,
con las puntas nocturnas de los pechos
CARLOS BARRAL



En el fons, la saliva perllonga les baixes aigües del finestró. Plantar
Ninetes en la redonesa del paper, avançar en la grossària del vent,
Madurar el refilet en cada espai de la carícia.
Aquest campanari de tebi brancall, tiba la rotació dels rellotges,
Mossega el bufit redó del temporal.
Per a quan la sang bade els seus llençols, el dia serà costella
En aquest desvetlament de filosa finestra. I vindran els perfums petrificats
En las mans. I la llengua jugant a l’abisme.
Hem recorregut kilòmetres de tendresa. Migdies de cuixes.
La sal, líquida, recorre com una hamaca la pell i la pluja del secret.
Per sort les aigües del llit no ens perden,
En l’assedegat rusc de l’espessura.
Entre l’índigo de les veles, les arestes de l’escuma al litoral,
—el pètal en la pipa del bosc,
La insomne aurora de les bragues, la fèrtil nineta de la set,
L’altre jo en el dolmen del toro. En el monticle que afronta l’aurora.
Estic. Estem en l’ona nord de les onades. En el ritme penya-segat
De la roca, en el clam elevat a incendi.
Fa passos l’aigua en la flama. Vaixell de sang la font ígnia
De l’hora en la llum de l’horitzó.
No arriba la nit ni el dia s’extingeix. Només és ona i vol el mar
Del pàlpit en la seua brisa circular d’illa.
El verdor s’endreda en les ninetes. El verd exhalat de la talaia,
La garsa ascendida a munt de fulles,
L’efluvi immens de l’escriptura en el melic.
S’escruixen els arcans trencats del velam. El llot del firmament.
Aquesta vermella intuició de l’ànsia. Aquest viril ofici en la randa.
I no és per a menys el manglar en el miratge.
I no és per a menys, l’horitzó erràtic, després que s’enfunda
El guix en la mossegada del paisatge.
I no és per a menys, la imatge i els símbols: la llum hostial de l’eura,
El ventall lunar al peu de la cal•ligrafia. Al peu del ràfec del pa.
En el torrent de la taula o el tamborinet duplicat
D’aigües i fanals incandescents.
Aquesta mena de campanari salta entre les gavines del pit.
Blanc i negre, palpebres i pesca en la fuga, fumerals i xarxes,
Trens blaus als ulls. Trens de colors confosos.Vaixells salats.
Ocres tutelars en la boca.
Lents olis dels fanals en l’espill del psalm trafegat.
Aigües totes en l’aeroplà líquid del jardí, en l’ull de les quartelles,
En el verd niu del fil, en la nineta absorta de la fronda.

Baratària, 03.XI.2010



CAMPANARIO DEL OMBLIGO




alba rosada sobre el gris de un gato,
con las puntas nocturnas de los pechos
CARLOS BARRAL



En el fondo, la saliva prolonga las bajas aguas del postigo. Plantar
Pupilas en la redondez del papel, avanzar en el grosor del viento,
Madurar el trino en cada espacio de la caricia.
Este campanario de tibia ramazón, tensa la rotación de los relojes,
Muerde el soplo redondo del temporal.
Para cuando la sangre quiebre sus sábanas, el día será costilla
En este desvelo de filosa ventana. Y vendrán los perfumes petrificados
En las manos. Y la lengua jugando al abismo.
Hemos recorrido kilómetros de ternura. Mediodías de muslos.
La sal, líquida, recorre como una hamaca la piel y la lluvia del sigilo.
Por fortuna las aguas del lecho no nos pierden,
En la sedienta colmena de la espesura.
Entre el índigo de las velas, las aristas de la espuma en el litoral,
—el pétalo en la pipa del bosque,
La insomne aurora de las bragas, la fértil pupila de la sed,
El otro yo en el dolmen del toro. En el montículo lindando en la aurora.
Estoy. Estamos en la ola norte del oleaje. En el ritmo acantilado
De la roca, en el clamor elevado a incendio.
Hace pasos el agua en la llama. Barco de sangre la fuente ígnea
De la hora en la luz del horizonte.
No llega la noche ni el día se extingue. Sólo es ola y vuelo el mar
Del pálpito en su brisa circular de isla.
El verdor se enreda en las pupilas. El verde exhalado de la atalaya,
La garza ascendida a hojerío,
El efluvio inmenso de la escritura en el ombligo.
Estremecen los arcanos rotos del velamen. El lodo del firmamento.
Esta bermeja intuición del ansia. Este viril oficio en el encaje.
Y no es para menos el manglar en el espejismo.
Y no es para menos, el errátil horizonte, después que se enfunda
La tiza en la mordida del paisaje.
Y no es para menos, la imagen y los símbolos: la luz hostial de la yedra,
El abanico lunar al pie de la caligrafía. Al pie del alero del pan.
En el torrente de la mesa o el taburete duplicado
De aguas y faroles incandescentes.
Esta suerte de campanario salta entre las gaviotas del pecho.
Blanco y negro, párpados y pesca en la fuga, chimeneas y redes,
Trenes azules en los ojos. Trenes de colores confundidos. Barcos salados.
Ocres tutelares en la boca.
Lentos óleos de los faroles en el espejo del salmo trasegado.
Aguas todas en el aeroplano líquido del jardín, en el ojo de las cuartillas,
En el verde nido del filo, en la pupila absorta de la fronda.

Barataria, 03.XI.2010

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