Imagen cogida del FB de Pere Bessó
MEDITACIÓ EN LA CENDRA
Ayer, tierra mía
deserté de tu barro, de tu agua, de tu niebla y de tu sol,
dejé mi infancia entre tus calles
resonando ecos de risas y juegos.
MERCEDES RIDOCCI
Ara lent el reflex del batec, el temps al davant, ombra
la riba de l’arrel als braços, el principi final de la llum;
terra que resta, endinsada en el centre de la meditació:
sota l’aire, l’ocell caigut de la cendra, el mai no acabar de beure
el dia total, la pell amb creu, els ulls amb nom, el combregar
amb jardins indesxifrables. La cendra encarna la nit, aquests
dies incerts on el pont de la fe amb el desig s’ha perdut:
en el centre del mar, la sal calla, agita la raó a qualsevol preu;
l’ull és un destí, per bé que haja de tornar-me cec per a veure,
per a no veure que travesse les agulles que diminutes
perforen la porta de l’ànima. Avance, però; sent el pètal
dels sentits despullar-se davant del mateix ésser, davant de l’horitzó
lax, en el seu destí corporal de cendra.
No hi ha dia sense cel fecundat de morts.
L’espill de cada paraula ofega les ninetes; la matèria convergeix
amb la creu nàufraga dels jardins: es dissolen els noms,
—el meu nom i el teu nom, tots els noms espargits
en l’hemisferi; totes les aigües madures de la cendra; els llocs
adjacents al cos, germinen en el fang del silenci.
Ara em toca esperar: sentir el cos en les onades del buit,
quasi en la deshora de les paraules degollades, fruit gris de la nit
amb la seua presència de mall.
M’afone. Ens afonem quan travessem el tacte, el centre
dels nostres somnis, la bullida del dubte,
l’ombra que la sang flueix com els morts a la deriva.
Cap a quines absències de set s’acaminen els pronoms, l’enclític
dessagnat de les branques de l’olfacte, la prosòdia naixent,
l’herba que s’ha tornat escuma a l’hivern?
—la cendra em lliura els seus braços efímers: mamprenc a caminar
damunt la pedra dels reflexos; de seguida la meditació
donarà els seus fruits: eixiran els cavalls engelosits cap l’oblit, despert
em crema el món en les sabates, els ulls sense treva
damunt dels espectres, les abelles en la cel•la del sexe, la memòria
com un sac de tul on es guarden les reminiscències,
els dies de hui i els últims, els que acaben i es fonen
en els grisos del tendal del batec.
Allá, en no sé quin lloc sagnant, el setge dins del batec:
fuig. Vull fugir d’aquests dies de cendra. (Amb tu al fosc
de la llum, cossos avançant per damunt del desvetllament.)
“Meditació en la cendra” [‘Meditación en la ceniza’] d’André Cruchaga traduït al català per Pere Bessó
MEDITACIÓN EN LA CENIZA
Ayer, tierra mía
deserté de tu barro, de tu agua, de tu niebla y de tu sol,
dejé mi infancia entre tus calles
resonando ecos de risas y juegos.
MERCEDES RIDOCCI
Ahora lento el reflejo del pálpito, el tiempo
enfrente, sombra
la orilla de la raíz en los brazos, el principio final de la luz;
tierra que queda, hundida en el centro de la meditación:
bajo el aire, el pájaro caído de la ceniza, el nunca terminar de beber
el día total, la piel con cruz, los ojos con nombre, la comunión
con jardines indescifrables. La ceniza encarna a la noche, a estos
días inciertos donde el puente de la fe con el deseo se ha perdido:
en el centro del mar, la sal calla, agita la razón a cualquier precio;
el ojo es un destino, aunque tenga que volverme ciego para ver,
para no ver que atravieso las agujas que diminutas
perforar la puerta del alma. Pero avanzo; oigo el pétalo
de los sentidos desnudarse ante el ser mismo, ante el horizonte
laxo, en su destino corporal de ceniza.
No hay día sin cielo fecundado de muertos.
El espejo de cada palabra ahoga las pupilas; la materia converge
con la cruz náufraga de los jardines: se disuelven los nombres,
—mi nombre y tu nombre, todos los nombres esparcidos
en el hemisferio; todas las aguas maduras de la ceniza; los lugares
adyacentes al cuerpo, germinan en el fango del silencio.
Ahora me toca esperar: sentir el cuerpo en el oleaje del vacío,
casi en la deshora de las palabras degolladas, fruto gris de la noche
con su presencia de almádana.
Me hundo. Nos hundimos cuando atravesamos el tacto, el centro
de nuestros sueños, el bullido de la duda,
la sombra que la sangre fluye como los muertos a la deriva.
¿Hacia qué ausencias de sed se encaminan los pronombres, el enclítico
desangrado de las ramas del olfato, la prosodia naciente,
la yerba que se ha vuelto espuma durante el invierno?
—la ceniza me entrega sus brazos efímeros: empiezo a caminar
sobre la piedra de los reflejos; dentro de poco la meditación
dará sus frutos: saldrán los caballos en celo hacia el olvido, despierto
me arde el mundo en los zapatos, los ojos sin tregua
sobre los espectros, las abejas en la celda del sexo, la memoria
como un saco de tul donde se guardan las reminiscencias,
los días de hoy y los postreros, los que terminan y se funden
en los grises del toldo del latido.
Allá, en no sé qué lugar sangrante, el asedio dentro del latido:
huyo. Quiero huir de estos días de ceniza. (Con vos en lo oscuro
de la luz, cuerpos avanzando sobre el desvelo.)
Barataria, 05.XI.2011
la orilla de la raíz en los brazos, el principio final de la luz;
tierra que queda, hundida en el centro de la meditación:
bajo el aire, el pájaro caído de la ceniza, el nunca terminar de beber
el día total, la piel con cruz, los ojos con nombre, la comunión
con jardines indescifrables. La ceniza encarna a la noche, a estos
días inciertos donde el puente de la fe con el deseo se ha perdido:
en el centro del mar, la sal calla, agita la razón a cualquier precio;
el ojo es un destino, aunque tenga que volverme ciego para ver,
para no ver que atravieso las agujas que diminutas
perforar la puerta del alma. Pero avanzo; oigo el pétalo
de los sentidos desnudarse ante el ser mismo, ante el horizonte
laxo, en su destino corporal de ceniza.
No hay día sin cielo fecundado de muertos.
El espejo de cada palabra ahoga las pupilas; la materia converge
con la cruz náufraga de los jardines: se disuelven los nombres,
—mi nombre y tu nombre, todos los nombres esparcidos
en el hemisferio; todas las aguas maduras de la ceniza; los lugares
adyacentes al cuerpo, germinan en el fango del silencio.
Ahora me toca esperar: sentir el cuerpo en el oleaje del vacío,
casi en la deshora de las palabras degolladas, fruto gris de la noche
con su presencia de almádana.
Me hundo. Nos hundimos cuando atravesamos el tacto, el centro
de nuestros sueños, el bullido de la duda,
la sombra que la sangre fluye como los muertos a la deriva.
¿Hacia qué ausencias de sed se encaminan los pronombres, el enclítico
desangrado de las ramas del olfato, la prosodia naciente,
la yerba que se ha vuelto espuma durante el invierno?
—la ceniza me entrega sus brazos efímeros: empiezo a caminar
sobre la piedra de los reflejos; dentro de poco la meditación
dará sus frutos: saldrán los caballos en celo hacia el olvido, despierto
me arde el mundo en los zapatos, los ojos sin tregua
sobre los espectros, las abejas en la celda del sexo, la memoria
como un saco de tul donde se guardan las reminiscencias,
los días de hoy y los postreros, los que terminan y se funden
en los grises del toldo del latido.
Allá, en no sé qué lugar sangrante, el asedio dentro del latido:
huyo. Quiero huir de estos días de ceniza. (Con vos en lo oscuro
de la luz, cuerpos avanzando sobre el desvelo.)
Barataria, 05.XI.2011
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