Pere Bessó, poeta y traductor español
EPITAFIS PER A LA CLAREDAT/ EPITAFIOS PARA LA CLARIDAD-COMENTARIO Y TRADUCCIÓN POR PERE BESSÓ
Querido André:
La falsa paradoja está servida. De alguna manera, recordar es morir. Sígase, pues, en el espejismo o en el engaño, que llamamos en el común realidad. Sólo se conoce desde la conciencia de la muerte. Desde el inicio del poema, Epitafios de la claridad, la revelación, iluminación o éclat, trasluz o destello, que sólo el poeta maduro vislumbra en el tratamiento de la memoria. Sagrada palabra que en ti es material inexcusable. Ya te lo he dejado escrito en múltiples ocasiones. Una memoria sensitiva. Tu memoria huele, paladea, toca, escucha y, sobre todo, ve, más allá de la luz y de las sombras. Ve, como una incursión o agazapada, todos los mundos que en tu mundo caben. Una memoria, pues, que incluye el desvelo y el ensueño y, ahí es nada, procesos de acumulación y de azar en la escritura desde la memoria y el viaje a los paraísos perdidos. [Que no artificiales. En la poesía de André Cruchaga nada te es artificial, pero sí artificio, en el más noble y connatural de los sentidos.]
Y sólo me extenderé en un recuerdo propio de infancia parejo: la huella de la madre -raíz de la carne- embutiéndonos un jarabe o medicina, la sopa frente a la enfermedad o inapetencia, con el uso delicado y paciente de la cuchara más nítida y refulgente:
-mira, mira que viene el avión, ahum, mi niño, qué mayor, que lo quiere su mamá...
la raíz de la carne empujando la cuchara
de los azúcares fermentados en la respiración, a ratos, inclemente.
La huella, pues, de la memoria estasiada que revé el paso de trenes y rebailes de trompos. Una mirada nunca ajena al retorno, ay, desde la experiencia. Una memoria, sin embargo, que se traduce en fermento y poso y que nunca evita que el poeta se sepa en el inexorable camino, el tránsito.
Y vuelvo al inicio de esta nota a pie de pecera: la memoria, necesariamente fragmentaria, pero a voluntad, lleva a la pluralidad de textos sobre la piedra. Piedra de los ojos, piedra de la escritura. Epi-tafos. Y luz, claro de bosque en el poema.
Pere Bessó
EPITAFIS PER A LA CLAREDAT
Deixe en la memòria, les darreres monedes de les ombres. El forcat
astral de les guitarres, la voravia de la llengua amb les seues àrdues faenes;
deixe per als arcàngels, aquesta eternitat incompleta,
el mar menor dels mocadors, la gespa àcida de la saliva,
la taxa esberlada dels olors, les aigües de l’odi que tancaren
el meu horitzó, la suma de tot això afonant el meu hàlit.
Deixe que el silenci parle amb l’espessor del celler,
Al cap i a la fi he suportat la guitza de tantes bèsties:
—l’alienació insadollable, l’adusta boca assatjant la seua entumida
Sal entre les ombres del guarumo.
Aguaite la nit davant de les finestres: ací la mort crescuda
de l’Esperança, el fred dels martells,
l’incendi de les remors, les branques soscavades del camí.
Ja no camine apressa, encara que l’ànsia em desvetle:
la bretxa és groga, negra, intensa com els grisos de la veu.
En l’ensomni l’olor als capvespres: el brancall de la pluja,
els llocs que un dia celebraren el meu cor,
el retorn a l’arbitri del paisatge, ara des del fosc de la cova,
des de el crit exhalat del lament.
La credulitat deixà de ser una vaixella transparent, on ara
només cap el refugi caigut de les mirades.
(Deixe cada solitud en els meus llibres. Deixe la sina que em prodigue
d’albes i portes, el llit anunciat de les llavors,
les claus vegetals del vent en el riu blanc dels ulls;
deixe el gos que es sotraga les puces amb la llengua d’ombrel•la,
amb el parpelleig d’ulls contemplatius;
deixe, a banda de les paradoxes, les teranyines com obra d’art
dins dels meus poemes perduts en els porus secs de les parets;
deixe el riure absurd dels balbuceigs, els guspireigs
de les rugues, la meua boca precipitada en el desempar;
deixe que un altres gaudisquen de la seua mateixa careta: evoque uns altres temps
de caminant solitari, de curiosos trens i vaixells en les meues ninetes;
deixe els ossos ofegats en la meua gola, l’alteració
de les esferes, l’arrel de la carn empentant la cullera
dels sucres fermentats en la respiració, a estones, inclement.
Deixe la capçana de la pellofa en el fluir de les sabates,
en l’hemistiqui alterat dels semàfors, en la mort vertadera
que cau en els meus ulls, sense cap altre ara ni demà;
deixe la desaparició forçada de la meua consciència, la mortalitat
mutable del meu present, tots els dies cíclics del trompitxol
en la pols esparsa dels exorcismes: la resta és el deliri
del zodíac en posar-me la mortalla;
deixe, doncs, la pedra en el poema: la llum esgarrifada transcorre
en el pit; la claredat només fou un lloc comú i corrent
on les mosques assaciaren la gana. Sé que el trànsit
pertoca com aqueix ritme consonant de l’aigua en el cànter.)
Baratària, 11.I.2011
EPITAFIOS PARA LA CLARIDAD
Dejo en la memoria, las últimas monedas de las sombras. El arado
astral de las guitarras, la acera de la lengua con sus arduas faenas;
dejo para los arcángeles, esta eternidad incompleta,
el mar menor de los pañuelos, el césped ácido de la saliva,
la tasa quebrada de los olores, las aguas del odio que cerraron
mi horizonte, la suma de todo ello hundiendo mi hálito.
Dejo que el silencio que hable con la espesura del tabanco,
A fin de cuentas he aguantado la coz de tantas bestias:
—la enajenación insaciable, la adusta boca ensayando su entumecida
Sal entre las sombras del guarumo.
Aguardo la noche frente a las ventanas: aquí la muerte crecida
de la Esperanza, el frío de los martillos,
el incendio de los murmullos, las ramas socavadas del camino.
Ya no ando a prisa aunque el ansia me desvele:
la brecha es amarilla, negra, intensa como los grises de la voz.
En el ensueño el olor a los crepúsculos: la ramazón de la lluvia,
los lugares que un día celebraron mi corazón,
el retorno al arbitrio del paisaje, ahora desde lo oscuro de la cueva,
desde el grito exhalado del lamento.
La credulidad dejó de ser una vasija transparente, en donde ahora,
sólo cabe el refugio caído de las miradas.
(Dejo cada soledad en mis libros. Dejo el seno que me prodigo
de albas y puertas, el lecho anunciado de las semillas,
las llaves vegetales del viento en el río blanco de los ojos;
dejo al perro que sacuda sus pulgas con su lengua de sombrilla,
con su parpadeo de ojos contemplativos;
dejo, al margen de las paradojas, las telarañas como obra de arte
dentro de mis poemas extraviados en los poros secos de las paredes;
dejo la risa absurda de los balbuceos, los centelleos
de las arrugas, mi boca precipitada en el desamparo;
dejo que otros gocen de su propia máscara: evoco otros tiempos
de caminante solitario, de curiosos trenes y barcos en mis pupilas;
dejo los huesos ahogados en mi garganta, la alteración
de las esferas, la raíz de la carne empujando la cuchara
de los azúcares fermentados en la respiración, a ratos, inclemente.
Dejo el yagual del pellejo en el fluir de los zapatos,
en el hemistiquio alterado de los semáforos, en la muerte verdadera
que cae en mis ojos, sin otro ahora ni mañana;
dejo la desaparición forzada de mi conciencia, la mortalidad
mutable de mi presente, todos los días cíclicos del trompo
en el polvo dispersado de los exorcismos: lo demás, es el delirio
del zodíaco al momento de ponerme mi mortaja;
dejo pues, la piedra en el poema: la luz desgarrada transcurre
en el pecho; la claridad, sólo fue un lugar común y corriente
donde las moscas saciaron su apetito. Sé que el tránsito
es necesario como ese ritmo consonante del agua en el cántaro.)
Barataria, 11.I.2011
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