Cordatge sense punts cardinals
poema d'André Cruchaga traduït al català per Pere Bessó
poema d'André Cruchaga traduït al català per Pere Bessó
Cada punt cardinal llepa el lacrimal del teulat.
L’ull colpeja la tempesta del vent, les hores
Llancen glopades de transeünts —al pissarró
Del cel, hi ha redoblament de colors i semàfors
Que acosten tota llunyania. Els ulls solars
Dels porus, canvien el sonambulisme dels rius.
Els llibres a l’altura dels gratacels,
Necessiten d’escales per a cobrir tot l’horitzó.
El revés de les palpebres juga als oceans.
Els matins trenquen jugant cigars còsmics.
Una paraula esdrúixola es mou com un tren.
(M’estime les teues cames acèfales i tangencials, el pit
Encabritat de muntanya, la garrotxa dreçada
De les enrunes). Els ulls dormen en un pedestal
D’insomni; bull l’oli trencat a la casserola.
El mormoleig està fet de soledats antigues:
—Xarxes com broma a les mans, llaços des de
La tija als lòbuls, voltes d’ombres.
A les costelles de les persianes no caben els hivernacles.
La llengua traça camins a la peixera de la tendresa.
Els dies són menys certs quan callen els jardins.
La nit trenca les meues ales per a propagar el plor.
Les finestres es tornen bàlsam al fragor de les nines.
Les fragates resisteixen les estelles de les ones:
—La claredat en canvi es perd als calaixos de la nit
Com un fil de corbs penjat dels pals.
Nogensmenys no hi ha treva als canelobres,
Ni al ble rosegat de la fam, ni als filferros
Del suplici, ni als angles obtusos de les voravies.
La matèria s’ofega en l’epíleg de les sabates.
Des del ferment dels molls, la digestió il·lumina
A les terrasses, —vola la llum roja de la lluna
Al damunt de les obligades estovalles del cloroform.
La pluja devora les vitrines humides del pit: i cega
Les ciutats amb la seua pena i cus la pedra de l’estiu.
En l’enjòlit dels punyals, penjolls d’edat irremeiable.
Un món on de sobte la tortura és inapel·lable,
I les bicicletes no ajuden a creuar la llunyania.
De sobte caic no en filigrana, sinó en llosa: aqueixa llosa
Que desvarieja al quadern, sense peus ni tinta.
De sobte el coixí també és càrcer, i en comptes de rialla,
Vénen agonitzants trens a l’alcova —hòsties
Enmig de la boira, flàccides cortines i cavalls de naftalina.
On el rellotge no es menja les campanes? —A la foguera
De la canella on la trementina venta el tren
Dels pins i no llostregen escorxadors, ni llànties cegues.
On la aurora es lleva el vernis i no brama?
—Potser en aquells que sense congoixa deixaren de ser
Transeünt i floreixen a les aixelles de la rosada. Potser
En la rosa fervorosa de l’oblit, somni audaç d’allò viscut
Entre Llàtzers i Ulisses, entre Odisseus i Aquil·les…
Baratària, 30.VII.2009
Cordaje sin puntos cardinales
Cada punto cardinal lame el lagrimal del tejado.
El ojo golpea la tempestad del viento, las horas
Lanzan bocanadas de transeúntes —en el pizarrón
Del cielo, hay redoble de colores y semáforos
Que acercan toda lejanía. Los ojos solares
De los poros, cambian el sonambulismo de los ríos.
Los libros a la altura de los rascacielos,
Necesitan de escaleras para cubrir todo el horizonte.
El revés de los párpados juega a los océanos.
Las mañanas amanecen jugando cigarros cósmicos.
Una palabra esdrújula se mueve como un tren.
(Amo tus piernas acéfalas y tangenciales, el pecho
Encabritado de montaña, la breña empinada
De los escombros). Los ojos duermen en un pedestal
De insomnio; bulle el aceite roto en la cacerola.
El murmullo está hecho de soledades antiguas:
—Redes como bruma en las manos, lazos desde
El tallo a los lóbulos, bóvedas de sombras.
En las costillas de las persianas no caben los invernaderos.
La lengua traza caminos en la pecera de la ternura.
Los días son menos ciertos cuando callan los jardines.
La noche quiebra mis alas para propagar el llanto.
Las ventanas se vuelven bálsamo al fragor de las pupilas.
Las fragatas resisten a las astillas de las olas:
—La claridad en cambio se pierde en los cajones de la noche
Como un hilo de cuervos colgado de los postes.
En todo caso no hay tregua en los candelabros,
Ni en el pabilo raído del hambre, ni en los alambres
Del suplicio, ni en los ángulos obtusos de las aceras.
La materia se ahoga en el epílogo de los zapatos.
Desde el fermento de los muelles, la digestión alumbra
En las azoteas, —vuela la luz roja de la luna
Sobre los obligados manteles del cloroformo.
La lluvia devora las vitrinas húmedas del pecho: y ciega
Las ciudades con su pena y cose la piedra del estío.
En el vilo de los puñales, gajos de edad irremediable.
Un mundo donde de repente la tortura es inapelable,
Y las bicicletas no ayudan a cruzar la lejanía.
De pronto caigo no en filigrana, sino en losa: esa losa
Que desvaría en el cuaderno, sin pies ni tinta.
De pronto la almohada también es cárcel, y en vez de risa,
Vienen agonizantes trenes a la alcoba —obleas de fósforos
Entre la niebla, flácidas cortinas y caballos de naftalina.
¿Dónde el reloj no se come las campanas? —En la hoguera
De la canela donde la trementina avienta el tren
De los pinos y no amanecen mataderos, ni lámparas ciegas.
¿Dónde la aurora se quita el barniz y no brama?
—Quizá en aquellos que sin congoja dejaron de ser
Transeúntes y florecen en las axilas del rocío. —Quizá
En la rosa fervorosa del olvido, sueño audaz de lo vivido
Entre Lázaros y Ulyses, entre Odiseos y Aquiles…
Barataria, 30.VII.2009
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Mi querido André:
Efectivamente, amigo, el reloj no podrá con el repique alborozado o el triste tañer de la campana allá donde la canela arda. Aunque, por otros motivos, bien que se lo sabía D.H. Lawrence quien en uno de sus Last Poems hablaba de aquel fuego sensitivo capaz de encender el lecho y habitación de los amantes, la casa, el techo y con creciente llamarada ese fuego pasional capaz de incendiar el cénit y nadir, refulgir en el centro del universo.
Efectivamente, amigo, el reloj no podrá con el repique alborozado o el triste tañer de la campana allá donde la canela arda. Aunque, por otros motivos, bien que se lo sabía D.H. Lawrence quien en uno de sus Last Poems hablaba de aquel fuego sensitivo capaz de encender el lecho y habitación de los amantes, la casa, el techo y con creciente llamarada ese fuego pasional capaz de incendiar el cénit y nadir, refulgir en el centro del universo.
Sin embargo, ese climax creciente del fuego, que apabulla al lector, es la misma "ascensión" que hay en el poeta, pero de lágrimas. Lágrimas cuyo conducto no apara punto cardinal alguno, a despecho de vientos y trenes, colores y semáforos...
André Cruchaga anega, a semejanza de D.H.Lawrence un Universo sin límites, y lanza su nave con jarcias y cordaje en la conciencia que no arribará a puerto seguro. Universo, sin embargo, tratado de modos distintos, digo. Si en aquél había a la postre un crescendo de natura en donde el descreimiento del ser humano obviaba toda referencia al sentimiento de amor y era substituido por individualidad e instinto en naturaleza salvaje, en André Cruchaga, el convencimiento radica en la soledad que no se cierne en un paisaje vaciado de la presencia del Hombre. Muy al contrario, a conciencia, El poeta Cruchaga hace convivir en el poema Natura y Máquina, superando aquella enfermiza visión 'positivista' por la máquina como respuesta al ámbito propicio de Satán. Cruchaga se responde. Como antes se respondió en el canto de la modernidad Apollinaire, con el aviador del poema Zone; Mayakovsky con la narración en donde un empresario se aleja en el tren llevándose el cartel anunciador de la película de la que ha intentado huir la amada. Y, muy de Cruchaga, la respuesta "a los que hirió el Amor" . Y no puedo sino volver el oído de la nostalgia a aquella canción de una vida, hermosa balada de Pedro Ruíz Blas, porque sí. Una respuesta que no radica -echa raíces- en recuperar la libertad por mor de la renuncia o el descrédito del Amor, en cualesquiera de sus acepciones o sinsentidos. Una respuesta que nuestro Cruchaga tampoco la halla en una consolación ética pagana, ni cristiana, desde la trascendencia.
No, al menos desde el poema, para el poeta —y he acá la genialidad de éste— la solución reside rasa en el Mito que canta el fatum inexorable. El más puro respectum de la tragedia del Ser Humano. La aceptación del sino que nos lleva a la natural y suprema heroicidad, a la muerte heroica. No en vano termina el poema con la referencia de dos héroes arquetípicos del mito griego: Aquiles que tenía su tendón; Ulises que bastante tenía con las interferencias e intermitencias del viaje de retorno a Itaca. Pero,y ese es otro asunto o una concesión, aparece como quien codea y encuentra acomodo entre la pareja anterior, Lázaro. Otro asunto para disgredir a sabor:
¿El Lázaro testamentario que regresa de la muerte o los lazarillos que acompañan al ciego?
Finalmente, y por puro juego, el poeta lazarillo -héroe o antihéroe de la nueva picaresca- a los ojos de la Amada, en su rol de dame sans merci:
¿Dónde el reloj no se come las campanas? —En la hoguera
De la canela donde la trementina avienta el tren
De los pinos y no amanecen mataderos, ni lámparas ciegas.
¿Dónde la aurora se quita el barniz y no brama?
—Quizá en aquellos que sin congoja dejaron de ser
De la canela donde la trementina avienta el tren
De los pinos y no amanecen mataderos, ni lámparas ciegas.
¿Dónde la aurora se quita el barniz y no brama?
—Quizá en aquellos que sin congoja dejaron de ser
Pere Bessó,
Valencia, España, 30.VII.2009
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