domingo, 19 de agosto de 2012

PARAULES PERIDORES/ PALABRAS PERECEDERAS. NOTA INTRODUCTORIA AL POEMA Y TRADUCCIÓN PERE BESSÓ

Imagen tomada de espaciosvacios1972.blogspot.com




PARAULES PERIDORES/ PALABRAS PERECEDERAS. NOTA INTRODUCTORIA AL POEMA Y TRADUCCIÓN PERE BESSÓ




Querido poeta: De nuevo volvemos a la encrucijada de realidad y el deseo. La vida sería más soportable -dices- si tuviéramos palabras duraderas. Sin embargo, más allá de su reducción al polvo de las vocales (Rimbaud) o al lenguaje preinterjeccional del aullido (Ginsberg), las palabras tienen su autonomía y se comportan como seres vivos en sociedad: crecen, viven, enferman y mueren. La comunicación, función esencial del lenguaje, cumple así su destino mediante el uso ( y abuso) de las palabras perecederas: las monedas contra la losa (Bousoño).
Hay, en cambio, una función de las palabras con otras expectativas, marcadas por las función poética y nuestro poeta no se va por las ramas para ejemplificar esta realidad y a la vez apuesta: Cervantes o Quevedo demuestran que la palabra que perece se salva a sí misma en la verdad de la traslación o transposición, la metáfora. La palabra se salva cuando la perla muere por ser perla para que el delicado clítoris sobreviva, por citar un ejemplo clásico que rescató el mismísimo Alberti de la trastienda lírica.
La palabra sobrevive o renace cuando esa función pedestre de lo que creemos 'comunicar' desaparece y se desfigura en aras de desvelar ese mismo engaño. Las palabras tienen la identidad -ambigua, ambivalente- de la realidad y el deseo, son lo que son y lo que no son al tiempo, signo y metáfora, cosa y sonido, materia y aire. Las palabras, pues, son spleen e ideal en un mismo bosque de helechos o robles de analogías y correspondencias. Sirven a don Quijote y a Sancho Panza, a la novela rosa y a la novela negra. A lo prefigurado razonable y al absurdo.
Las palabras perecedoras son marcadas al rojo vivo en casa o en la calle, en el predio, en el terra nullius, en el exilio. Ese au delà de la palabra que sana o lleva la enfermedad en su propia identidad y en el de quien la alberga. In parabola, veritas, al cabo. O como finaliza el poeta: Ante nuestra propia identidad desnuda de abalorios del lenguaje más ramplón, malversado y cotidiano, no podemos inventar destinos ni personajes.





PARAULES PERIDORES





Tots els dies moren les paraules, cada registre que fem és efímer. En la seua vida rosa o carrer es desgasten; unes voltes es tornen patètiques, com les targetes postals amb dates rígides. Al llarg de la vida caminen entre predis erms, el seu esplendor fosc ens aventa a abismes umbilicals, cap a la pols o a l'udolament. No crec en els oblits absoluts, per a mostra els símbols ancestrals de les metàfores, Cervantes o Quevedo en són la prova. A gosades que hi ha paraules peridores, com el perdó, la pau, la felicitat, sense exagerar; n'hi ha, de paraules, en l'absurd i la monotonia de la política, en l'irreal absolut d'aquest món cada vegada més interessant per a la passió verbal, cada vegada més evident el seu assaig i error. Afora el corc de les bigues i la llinda, les tropel•lies en el seu mateix laberint a imatge i semblança dels relats de novel•la negra. Si poguera guardar unes paraules, acomplir el meu somni, buscaria Sanç Panxa i en Quixot, motius em sobren per a un destí diferent. No sé si és pertinent tornar al cine mut de les coses: cada vegada agonitzen les paraules, res no és semblant al goteig del misteri, escolte parlar de colps i xantatges. La vida seria més suportable si tinguérem paraules duraderes, si terminàrem d'una vegada amb les afectacions de la novel•la rosa i la màscara. Sembla que el destí de les paraules és la malaltia: davant de la pròpia identitat, no es poden inventar destins ni personatges.

Baratària, 19.VIII.2012





PALABRAS PERECEDERAS




Todos los días mueren las palabras, cada registro que hacemos es efímero. En su vida rosa o calle se desgastan; unas veces se tornan patéticas, como las tarjetas postales con fechas rígidas. A lo largo de la vida caminan entre predios baldíos, su esplendor oscuro nos avientas a abismos umbilicales, hacia el polvo o el aullido. No creo en los olvidos absolutos, para muestra los símbolos ancestrales de las metáforas, Cervantes o Quevedo son la prueba. Desde luego hay palabras perecederas, como el perdón, la paz, la felicidad, sin exagerar; las hay en el absurdo y la monotonía de la política, en lo irreal absoluto de este mundo cada vez más interesante para la pasión verbal, cada vez más evidente su ensayo y error. Afuera la carcoma de las vigas y el dintel, las tropelías en su propio laberinto a imagen y semejanza de los relatos de novela negra. Si pudiese guardar unas palabras, cumplir mi sueño, buscaría a Sancho Panza y a don Quijote, motivos me sobran para un destino diferente. No sé si es pertinente volver al cine mudo de las cosas: cada vez agonizan las palabras, nada es igual al goteo del misterio, oigo hablar de golpes y chantajes. La vida sería más soportable si tuviésemos palabras duraderas, si termináramos de una vez con las afectaciones de la novela rosa y la máscara. Parece que el destino de las palabras es la enfermedad: frente a la propia identidad, no se pueden inventar destinos ni personajes.

Barataria, 19.VIII.2012