lunes, 14 de diciembre de 2009

Aquesta llum del temps- poema d'André Cruchaga traduït al català per Pere Bessó

Un día, en nàixer l’aigua féu la llum. Cedí el gris del temps.
Des de llavors l’abrace, tot i que sovint siga fugidera.

Autor de la fotografía: Gonzalo Magot







Aquesta llum del temps
poema d'André Cruchaga traduït al català per Pere Bessó





Las llamas que hago recortar de tiempo en tiempo por el peluquero
son las únicas en delatar el negro infierno interior que me habita
LOUIS ARAGON

con cada tumultuoso amanecer,
la luz arrasa el reino de la noche
y emprende su combate.
CARLOS MARZAL





Un día, en nàixer l’aigua féu la llum. Cedí el gris del temps.
Des de llavors l’abrace, tot i que sovint siga fugidera.
Sovint la putrefacció dels tamborinets la torna bassot
De viscositats incertes.
En ser extensió dels noms guarda la foguera
Del sil·labari, i la transparència formiguejant dels raigs.
En els colors m’esborra el sospir de la nit.
En el rostre és cruel l’ala dels ocells. Els cels inapresables
Que mai no he vist, la creació feta de rampants metalls.
Allò que s’esdevé quan aqueix dissol en l’ànsia és horrible:
—No hi ha Déu que esborre l’eco de les serradores,
Ni canvie les estaules nocturnes de l’alé.
Sempre és així quan el pa desvarieja en la fam.
Quan la pell es torna un tros de sutze,
I els cellers enfosqueixen d’insectes. I el matí és una
Llàgrima sense fluir damunt de les calcinades mosques del foc.
Sovint la llum és la mateixa ombra inconfusible de les pedres.
Iceberg de fallides panderoles,
O simplement milotxes enarborant mocadors eteris.
Al meu costat l’aire fendeix els seus màstics —fendeix, dic,
Amuntegades finestres, llumins com ascles dolces,
Hiverns de voreres, on els trens pengen els seus vagons.
Aquesta llum del temps tan real en la creu desgastada
De les meues sabates, successió de finestres en èrtiques xanques.
Aquesta llum en la saliva. Desonillada i humida en el temps.
Evidència és dels ullals que trituren pasturalls. Cenyida
Tapisseria de la intempèrie.
Cada llençol fa la seua trama d’entranyes. Cada joia salta
En les monedes del somni, cada color es torna inicial desvariejament.
Sempre és mur d’infinita llibertat. Recer davant de la penombra.
Ja als ulls, grotesques es tornen les fissures en el somni.
En la raó no cap la porcellana del calendari.
Mai el trànsit heroic no manca de misericòrdia: —la llum agita
Les formes, i el ventall inexorable del mar.
Ací no cal interrogar els espills, ni extraviar els dies
Amables, ni saltar damunt de les estelles de l’inintel·ligible.
De sobte fins i tot les estàtues semblen menys fosques i els llops
Vacil·len en l’al·legoria de les nines.
L’aire s’apila en les llànties del migdia, en el fil
De l’humà. Ací no caduca a les butxaques com una moneda
Gastada, sinó que dansa com un joc de capells.
Així la certesa commemora l’ala.
La rebel·lió contra la foscor i l’inconegut. La buidesa de la pols
Sense glòria, sense la pressentida escuma a l’olfacte.
La llum desféu els penya-segats de la desolació,
I forjà sense pedres, el destí intermitent de l’espavent.
Baratària, 03.XII.2009









Esta luz del tiempo






Las llamas que hago recortar de tiempo en tiempo por el peluquero
son las únicas en delatar el negro infierno interior que me habita
LOUIS ARAGON

con cada tumultuoso amanecer,
la luz arrasa el reino de la noche
y emprende su combate.
CARLOS MARZAL






Un día, al nacer el agua hizo la luz. Cedió el gris del tiempo.
Desde entonces la abrazo, aunque a menudo sea huidiza.
A menudo la putrefacción de los taburetes la vuelve charco
De viscosidades inciertas.
Siendo extensión de los nombres guarda la hoguera
Del silabario, y la transparencia hormigueante de los rayos.
En los colores me borra el suspiro de la noche.
En el rostro es cruel el ala de los pájaros. Los cielos inasibles
Que nunca he visto, la creación hecha de arrebatados metales.
Lo que sucede cuando se disuelve en el ansia es horrible:
—No hay Dios que borre el eco de los aserraderos,
Ni cambie los establos nocturnos del aliento.
Siempre es así cuando el pan desvaría en el hambre.
Cuando la piel se vuelve un trozo de hollín,
Y los tabancos oscurecen de insectos. Y la mañana es una
Lágrima sin fluir sobre las calcinadas moscas del fuego.
A menudo la luz es la misma sombra inconfundible de las piedras.
Iceberg de fallidas cucarachas,
O simplemente piscuchas enarbolando pañuelos etéreos.
En mi costado el aire hiende sus almácigos —hiende, digo,
Agolpadas ventanas, cerillas como astillas dulces,
Inviernos de aceras, donde los trenes cuelgan sus vagones.
Esta luz del tiempo tan real en la cruz desgastada
De mis zapatos, sucesión de ventanas en zanjas yertas.
Esta luz en la saliva. Desvelada y húmeda en el tiempo.
Evidencia es de los colmillos que trituran pastizales. Ceñida
Tapicería de la intemperie.
Cada sábana hace su trama de entrañas. Cada júbilo salta
En las monedas del sueño, cada color se vuelve inicial desvarío.
Siempre es muro de infinita libertad. Abrigo frente a la penumbra.
Ya en los ojos, grotescas resultan las fisuras en el sueño.
En la razón no cabe la porcelana del calendario.
Jamás el tránsito heroico carece de misericordia: —la luz agita
Las formas, y el abanico inexorable del mar.
Ahí no hay que interrogar a los espejos, ni extraviar los días
Amables, ni saltar sobre las astillas de lo ininteligible.
De pronto hasta las estatuas parecen menos oscuras y los lobos
Vacilan en la alegoría de las pupilas.
El aire se agolpa en las lámparas del mediodía, en el hilo
De lo humano. Aquí no caduca en los bolsillos como una moneda
Gastada, sino que danza como un juego de sombreros.
Así la certidumbre conmemora al ala.
La rebelión contra lo oscuro y desconocido. La oquedad del polvo
Sin gloria, sin la presentida espuma en el olfato.
La luz deshizo los acantilados de la desolación,
Y forjó sin piedras, el destino intermitente del asombro.
Barataria, 03.XII.2009
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Precedido de dos citas magistralmente escogidas, se abre el poema del amigo Cruchaga cuyo tema es el más que antiguo y renovado, primigenio de la luz. O, por parafrasear al coterráneo Vicente Gallego, las otras maneras de la luz. En efecto, si la cita de Louis Aragon conmina a la lectura de la luz interior como llama que pugna por salir a la superficie de la razón poética, la de Carlos Marzal no es menor ni le viene a la zaga, la luz como trasunto del ciclo del día y la noche, y el combate alegórico presente en el Viejo Testamento, desde el Génesis a la escala de Jacob y la lucha con el ángel.

Desde estos presupuestos, el lector ha de asumir como propia esa luz del tiempo, más allá de la metáfora, y su reverso, el tiempo de la luz. Y si le da la lectura el amago, será capaz de introducirse en el poema desde la aparente paradoja y síntesis de la luz y su alter ego entre las sombras.

Una luz proteica, sin duda, que nace de las aguas, es fuego y llama; aire y vuelo; tierra, piedra. Y carne. Una luz, pues, capaz de asumir la Creación en el poema mismo, tanto como en el sueño, la cordura o el desvarío. Los principios o sus contrarios. Y los límites, aun a sabiendas, como dejó dicho Jenaro Talens, que “el vuelo excede el ala”.

No arriesgo nada si afirmo con la vehemencia que satisfaga al lector que la luz del poema –en realidad, la luz de Cruchaga- tiene su “substancia”: es extensión de los nombres que guarda la hoguera del silabario. He entrecomillado por la doble razón criterial de la fisis y de la olla o caldero, pues que el poeta es cocinero y brujo del brebaje poético. Él que ha descendido, gracias a la Luz, del reino de la Noche al Reino del Asombro. O del espanto, tal como gusta de señalar el delicado Antonio Colinas, desde su juvenil Sepulcro en Tarquinia.

Una acumulación de los modos de la luz, sus símbolos y metáforas anonadan al lector, lo desluzan a conveniencia. La luz del hambre y el ansia del pan, por ejemplo. Y aquí renace el Maestro. Me permitirá el poeta que desvíe la atención con una referencia al pueblo de la Serranía que me vio llegar el primer amor. Allá, cuando se ha trabajado en el campo y la yanta o comida es rala o insuficiente, se puede escuchar a menudo al apesadumbrado labrador acuciado por la hambruna que “ve lucecicas”. En otro momento la luz es fulgor y metal. Y acá el poeta no acudirá a lo sencillo del oro o la plata. Demasiado sencillo, pues como el lector diría, nobleza del ciclo (alba y ocaso) de la jornada y del paso del tiempo. Y es que André Cruchaga nunca abusó de las referencias clásicas, que ya están incluso lexicalizadas. Prefiere arriesgar e, incluso, mixturar a la zaga de un buen tabaco para saborear el poema. Un delicioso ejemplo, aquél en el que sabiamente mezcla las mejores moscas de Quevedo con las piedras como lágrimas del expresionismo germánico (Trakl, Steiner). Qué otro contraste o feísmo reparador el de la montaña de luz blanca y solidificada, el iceberg, pero esta vez una cumbre de hielo de fallidas cucarachas…?
Por no hablar de esa luz en penumbra nacida entre las sábanas, Esa luz vertical crecida en los pastos del deseo. O la de los colmillos de lobo, que también tiene sus razones (y sus luces) sedientas. La luz, en fin, agónica del poeta que traga saliva…

Finalizaré señalando cómo el poeta ansía no tanto el haz de luz, sino el envés de la luz o su tránsito, como se quería Pere Gimferrer y yo mismo. No me resisto a copiar el final del poema, aunque abuse de la paciencia “misericordiosa”. Luces, espejos, lámparas, pupilas, monedas se amotinan entre fulgores frente a la desolación del acantilado a que arroja el destino [el oficio] del poeta:

Jamás el tránsito heroico carece de misericordia: —la luz agita
Las formas, y el abanico inexorable del mar.
Ahí no hay que interrogar a los espejos, ni extraviar los días
Amables, ni saltar sobre las astillas de lo ininteligible.
De pronto hasta las estatuas parecen menos oscuras y los lobos
Vacilan en la alegoría de las pupilas.
El aire se agolpa en las lámparas del mediodía, en el hilo
De lo humano. Aquí no caduca en los bolsillos como una moneda
Gastada, sino que danza como un juego de sombreros.
Así la certidumbre conmemora al ala.
La rebelión contra lo oscuro y desconocido. La oquedad del polvo
Sin gloria, sin la presentida espuma en el olfato.
La luz deshizo los acantilados de la desolación,
Y forjó sin piedras, el destino intermitente del asombro.


Pere Bessó
V.13.XII.2009