sábado, 23 de febrero de 2013

DIGRESIONES

Warsztaty fotograficzne Holdena





DIGRESIONES




Me perdonan pero sólo leo libros de poesía, página tras página, la neblina de la tinta. Frente a la ventana se cruzan las historias de la calle, el apetito crudo hacia las bocanadas de aire: luego papel y tinta, la geometría de las palabras, el humo del tabaco torciendo la garganta. El tiempo siempre concluye en la amontonada caligrafía del poema, es el tiempo que pausa y limpia el aliento. Siempre vivo al límite de la madera y el fuego, y ocurre que siempre echo de menos los litorales de las ingles de la letra mayúscula en las páginas de los bolsillos. A diario, —ya como un rito ancestral— ojeo los libros usados que me trajeron los barquitos del invierno,  los de pasta aburrida y los elegantes que asoman como ramas de la estantería hecha al borde del horizonte. Leo cada página con su historia geométrica,  cojo otro y otro: gráciles páginas, el mechón de tinta con aroma a tierra, el polvo que roba mi olfato tras las primeras gotas de lluvia. El mundo es como un mar inmenso;  entre mis pies, Khloe, agachada, con su oscuridad desteñida casi al punto de mi desvarío; con su noble gesto me acompaña en mis largas jornadas de lectura y escritura, jamás dice no cuando paso mi mano por su cuello, centellean los sentidos como luces fluorescentes. Ya hace tiempo que le perdí el rumbo a las distancias, trabajo al ras de la madera como un carpintero empedernido; en realidad, nunca he querido cambiar el rumbo con mi escritura: en ocasiones, las palabras dilatan ese vientecillo que se cuela a través de las ventanas. El poema, después de todo, es como salir a la calle sin ropa y sin zapatos: basta confiar en un uno para proclamar el alfabeto. Lo único que quiebra mi voz son las piedras grises de la noche, las muchachas que florecen alígeras en el polen, el salto rudimentario de una silla al taburete, a la acera o a la piedra. Sé, ahora, que son increíbles los libros de poesía: parecen como peces saltando en mis ojos, me lanzan a voluntad propia hacia cualesquiera de los puntos cardinales: en su ancha dentadura caben los brazos y las adversidades, la llovizna y los cascos encabritados.  Siempre me resulta extraño el tiempo en los libros, extraño por el ritual de la escritura, extraño por el vuelo desenfundado, extraño por el espesor de los verbos, extraño en fin, por el grito humano, refugio de pañuelos y heridas. Al final, siento un avispero encendido, y la boca con estallidos de luz: despierto a la altura del último verso, mientras el sendero reacomoda su propia alegoría…

Barataria, 19.II.2013