martes, 27 de enero de 2009

Caminos cerrados

Francisco Azuela, México-Bolivia





________Prólogo________


Estudio mágico, luz intensa de una lámpara delgada, espacio lleno de libros, mirada atrapada en vidrios de lentes profundos, voz quejumbrosa y dolorida del poeta André Cruchaga, estalla en el ojo de la cerradura de sus Caminos cerrados donde un mundo real perece todos los días desangrándose el alma. La guerra rompe la lluvia y las alas yacen cubiertas de ceniza en la oscuridad de los tiempos. La bruma se ha instalado con todos sus dolores y su desolación cubriendo la noche del mundo, sin esperanza.

Quebrada la luz en el fondo de “...una cripta antigua...”, la vejez devela heridas y torturas, es el horror de la muerte violentada, cadáveres fríos bajo las tempestades, ríos de sangre y abandono.

Estamos ante un poeta que denuncia de entrada la “Plenitud del caos” y la “Tierra del miedo”. La viudez y el luto, herencias de un poder homicida y sanguinario siembran despojos humanos y deshechos sobre una tierra en llamas. A pesar de esta honda y larga expresión poética del sufrimiento, Cruchaga invoca una voz de esperanza sobre el hombre como un manifiesto de sueños y de anhelos, vuelo de gaviotas en el espejo de un mar tranquilo y transparente, sin espinas hirientes ni ríos calamitosos y enfangados de escombros.

Las luciérnagas tendrán un nuevo destello en los matorrales y la neblina se hará ausente en el corazón del hombre. En este deslumbramiento, la madera de corteza hueca ya no será un triste ataúd de cadáveres, es el deseo de un paisaje de mariposas bajo la lluvia recuperada. Así, en esa inocente sucesión de pasajes, de vida florecida y anhelada, entre la luz y la sombra, la desesperación se siente en las rupturas del aliento “Cuando la noche se desplome” en una cruel y “Oscura transparencia” y la hoguera del hombre se haya ido en el vuelo de los albatros entre “...baldosas y bengalas”.

Nuevamente el humo y la sombra en el remolino de la penumbra, angustia donde no se sabe si volverá “...el rocío de las palabras” en este delirante “Acontecer diario” de la historia de nuestros hondos padeceres. Poesía política en el sentido aristotélico de nuestros días, “Bajo el caos, la palabra” donde naciones del oriente viven en llamas quemando arcillas y la voz del profeta en el horizonte desolado de los desiertos.

La noche, mil noches la noche de cadáveres, el polvo y el vientre deshojado en el “...minuto eterno del caos”; heridas errantes en el “...alfabeto de los buitres”, baldío de túneles, huesos abandonados “En la miseria del instante” y la desesperación de un destino que explota en sus funerales sobre musgos y piedras silenciadas por el viento. Infierno de alucinaciones y breñales de inocencia en su simiente revelador de pájaros que se estrellan en su agonía de insomnios y de auroras.

La poesía de Cruchaga también es un mandato al exterminio de las armas y de las guerras, exigiendo la paz para ver y vivir con claridad el “oro azul” de nuestras vidas, la herencia cosmológica de nuestras existencias, humo fugaz de trenes silenciosos.

En este empeño obstinado donde la humanidad llora de rodillas a la orilla de la muerte, entre árboles caídos, “...despojados de todo”. Lápidas metálicas en un mar de “...espuma y arena”, donde habita el demonio con sus alas enormes y oscuras arrasando el mundo.

Siguen los tropeles en los “...espejos yermos” de las “Raíces del insomnio” que devora crepúsculos y vientos azotados en el vacío. La poesía de Cruchaga revienta con fuerza en la palabra, se mantiene incansable en la denuncia intensa, rompe paradojas “Entre la guerra y la paz” y en una triste y desgarradora anunciación declara que “...Dios está muriendo con nosotros...”.

Siguen los cementerios en los que ya no hay suficiente espacio para la muerte del precipicio y “...del despeñadero...” En esta asombrosa y doliente cronología de la muerte el “tiempo es atroz y sin sosiego” en el horizonte cotidiano de la angustia y de la falta de piedad cuando “La muerte arde en las pupilas” y se hace “...piedra el corazón del hombre”.

La rutina del dolor se vuelve tradición y parece aceptarse en un “Siniestro aguacero sin fronteras”. Entre sepulturas y cenizas, huesos e incienso “... el eco desnudo y sordo de la piedra” graba con frase de oro “La muerte en la humanidad nace”.

Cruchaga no es ningún sepulturero de penas y memoria, él no ha llevado a la humanidad a la muerte, su poesía es un mapa donde están tejidos todos los dolores del mundo. Duele leerlo porque sus versos desgarradores están cargados de revelaciones sangrantes de nuestro tiempo. Él no ha inventado la muerte avasallada, al hombre torturado descubierto en los huesos de su memoria. André Cruchaga muestra el mapa doloroso de nuestra historia, de esta historia que se vive todos los días y lo hace de una forma tempestuosa y desolada, su poética huele a sal, tierra y pólvora con la que expresa la verdad para recordar a quienes quieren ocultarla u olvidarla. El hombre de nuestro tiempo es la víctima mayor de los grandes desencuentros humanos en este “Tiempo de bestias”.

No es pesimismo ni “posesión de ausencia” en esta “...quemadura del alma” deshabitada con “girasoles negros...” en la niebla de un reloj que ha perdido el tiempo en el zarzal de un “...sollozo de cipreses” con “violines de llanto...” entre nubes y tumbas bajo una lluvia sobre los peñascos.

La telaraña crece, se apodera de la última lágrima en una huella enorme que es la “Negación de armonía”, “Donde duele su coito de oscuro sueño y la esperma amarga” en la penumbra de un “Examen de conciencia”.

En el “Alfabeto del extravío”, en plena intemperie “la esencia humana se torna más distante” en las ansiedades “de lenguajes oscuros” donde los trenes se pierden en la noche como una “Vida bajo piedra” y “La asfixia de este tiempo se siente hacia adentro” en una matriz desgarrada como “calendario de arena”, “...sobre las hojas de los eucaliptos, como el sonido de la piedra cuando cae el agua” en “...un arco iris de cometas...”

En esos epitafios sobre bodegones de insomnio y de criptas de ceniza, se ha perdido en la llama de los candelabros, invadida por murmullos de penumbra, congojas y escombros, el desamor.

En su tiempo de sombras, Cruchaga vuelve nuevamente a arremeter con su pluma de lluvia y de dolor “sobre los hilos del abismo”, “En las huellas del escombro” donde “La profecía de los espejos está cumplida”, en “Una huelga de mineros en Gutstinerdlach, México o Bolivia” y donde es falsa la sentencia de hablar de terrorismo en “los países No Alineados”, que el imperio del norte pretende devorar. Así, “con alguna esperanza” y “una realidad vivida” en su “...helada tempestad” de palabras, el poeta deja salir su voz en las tinieblas y contra el desaliento y “...relojes vacíos” a donde se ha ido “el musgo de los sueños”, en la “Caverna del escalofrío” caminando con dificultad en “el túnel de las pupilas”, “Vistiendo un corazón de guijarros...” En esa estación de catacumbas” donde se asoman dioses antiguos en un tiempo “...huraño y oscuro”, la “...brújula del alba” ha perdido sus cábalas en la “...oquedad de la roca” cuando es “Alta la noche...” y “El horizonte es una lágrima inestable” en “...el feroz bramido...”

La oruga “Debajo del cielo” es donde “La libertad desparrama su espuma cansada sobre las sienes”. “Hay hombres, mujeres y niños muriendo”, “Oscuro es el viento para los que no han nacido”, en esa “Mirada entre oscuridades” “Y la aurora de luz, duerme en la noche” recostada en su enorme sarcófago estallado en sus delirios, bajo una “...lluvia de alfileres”, quemados en el “...fuego del alba”.

Cruchaga, como un ave herida, lanza su desesperación y su dolor en la tremenda armazón de sus versos, donde están siempre, aunque parezcan repetición, la denuncia y la desolación del hombre, víctima de la guerra, la destrucción, la aniquilación y la muerte, realidades que no queremos ver porque nos queman y atormentan, pero el poeta con sus hondas palabras, como Sísifo, nos lleva al suplicio del eterno retorno.

Francisco Azuela
Poeta mexicano residente en Bolivia.
La Paz, 15 de octubre de 2007.


Lectura del silencio

Luis García Gil, Cádiz, España






______Lectura del silencio_____



Escribe André Cruchaga como vive, con la palabra resplandeciente y veraz sobre los labios. Escritura nacida de la vida, nacida del encuentro con las cosas pequeñas, con el universo de lo cotidiano. Poeta verdadero que busca y encuentra los cauces del verdadero sustento poético. Decía Jaime Gil de Biedma que la poesía le salvaba de la muerte. Y es esa la raíz de todo poema un misterioso combate por la permanencia, más allá del olvido y de la muerte, más allá de los silencios indescifrables que nos esperan.

Lectura del silencio responde a estas exigencias y es un poemario emotivo, de adjetivación precisa y timbre poderoso. Poesía del origen, del ayer habitado, de los trenes que esconde la memoria intuida de la vida. Recordar para acercarnos más a nosotros mismos y recordar en silencio porque es absoluta la sugerencia del título del libro de André Cruchaga. La infancia que refulge en la palabra del poeta con claridad sonora, aleteando con el vuelo preciso de su revelación. Versos que existen, que son por sí mismos, y que luego forman parte de un todo unitario. Nombres rotos y ausencias entrecruzándose como jazmines cuyo aroma perdimos, como novias barridas por el beso del olvido. El poeta asume la naturaleza frágil de la vida en cada peldaño lírico que va ascendiendo.

Lectura del silencio es libro de muchas lecturas, como toda poesía que se exige y nos exige ha de contar con el compromiso del lector atento y sensible. Vivimos tiempos especialmente difíciles para el verso. El cantaautor jiennense Joaquín Sabina afirma que la gente no lee, que los libros se pudren en las estanterías, que la poesía hay que salir a cantarla. No es cierto. La poesía también hay que cantarla pero como complemento porque ante todo exige el encuentro con la palabra impresa, el temblor delicado del poema en la intimidad de la noche, el táctil recorrido por las páginas de un libro. Ahí radica el verdadero enriquecimiento del poema que se lee casi a escondidas, de ahí viene su revelación, su eco, es ésa la lectura del silencio que André nos propone con versos que recorren densamente los espacios del recuerdo, las luces infinitas de esa memoria fértil que el tiempo nos derrama.

El poeta Carlos Bousoño escribió un hermoso y profundo libro titulado Oda en la ceniza. Poesía que tenía mucho de meditativa junto a su indudable sugerencia lírica. La poesía de Lectura del silencio es también poesía que medita, que piensa, que transita por ese sentimiento trágico de la vida que recorriera Miguel de Unamuno. Palabras sobre los raíles, sobre los caminos, sobre la vida que buscamos en cada parada, en cada itinerario. André nombra al silencio y nos dice que está hecho de “inverosímiles espejos”. La soledad “se toca y se calla” y la fe redime cuando nos quedan las palabras para sustentarnos, para invitarnos a su cálida complicidad. Aquí se resume el sentido de este libro abierto a las mareas del tiempo indescifrable, aquí estalla el hondo discurso del poeta, las ricas tonalidades de su verso.

La palabra de André es ancha, emocional, llena de vida, pese a sus múltiples desasosiegos. Llega al lector porque se siente, porque no se fía al engaño o a la estratagema verbal. No estoy de acuerdo con el maestro Pessoa al expresar que el poeta es un fingidor. En cada verso de todo gran poeta hay una verdad que nos duele, que nos propone sutiles encuentros con las lágrimas, con nuestra propia interioridad perdida. El verso de André no miente y es un desbordante río que no deja de donarnos palabras y senderos. Palabras que nacen paradójicamente del silencio, de lo no dicho, de lo que se amaga y finalmente ha de darse como se da un espejo para que nos miremos en él, a la manera de Sthendal.

Os invito a leer el libro Lectura del silencio desde este Cádiz galopante por las olas del mar. André es ya un poeta sumergido en una madurez rotunda, en la estación total de la palabra deslumbrante y viva. Lectura del silencio es fiel reflejo de esa madurez y habita con palabras los callados rincones del alma porque como dice en uno de sus versos “el labio cerrado está callado de mensajes”. Obvio por tanto todo preámbulo y dejo paso al poderoso anhelo de eternidad que lleva aparejada la poesía de André Cruchaga, poesía que se queda en la memoria del que la recibe y la hace suya.

Luis García Gil
Tamarindos, Cádiz, España.
Julio de 2002.



Dos palabras introductorias

David Escobar Galindo, El Salvador

___Dos palabras introductorias__



André Cruchaga es un poeta en plena y disciplinada madurez, que ha venido haciendo crecer su caudal creador desde muy temprano en la vida. Hombre vinculado entrañablemente con las vivencias campesinas y con los afanes educativos, su poesía es un testimonio constante del afán de creer en las virtualidades de la palabra en trance, y del acendrado ejercicio que convierte tales virtualidades en obra comunicable. Al hacer un recorrido por la caudalosa escritura de Cruchaga lo primero que se advierte es la fidelidad al cultivo de la propia experiencia: su poesía habla de la vida del poeta en comunión cotidiana con la vida de los otros, de los que rodean su sensibilidad y alimentan sus vivencias más fecundas. Y ese cultivo tan fervoroso y constante se confunde con la propia vida.

OSCURIDAD SIN FECHA se titula el libro que hoy se publica en edición bilingüe. Los poemas de Cruchaga están aquí traducidos al idioma vasco, por María Eugenia Lizeaga. No poseo el idioma de Euzkadi, y por eso no puedo dar fe personal de las bondades de la traducción, pero por lo que sé es trabajo realizado con inspiración sustanciosa. Y es que la poesía de Cruchaga, que es incansable búsqueda de las esencias para trasegarlas en símbolos que se filtran en palabras vivas, es natural transmisora de inspiraciones. Poesía en permanente oficio de autodescubrimiento, sin desgarramiento ni quebraduras, en la que el alma del poeta se recicla sin fin, haciendo de cada momento creador una reproducción espiritual y a la vez un reencuentro con los poderes acumulados de la existencia vivida.

Ajeno a las experimentaciones vacuas y a los alardes estilísticos superficiales, Cruchaga da la impresión de estar siempre en su pequeño mundo, en el que las ventanas abiertas dan a todos los puntos cardinales. Poeta de concentración existencial, se asoma, sin embargo, a cada instante, a los sentimientos y pensamientos de su tiempo. El sentido de su poesía es enigmático por naturaleza, pero con esa clase de enigma que se abre para albergar todas las preguntas y todas las respuestas posibles. Después de leer a Cruchaga uno se siente embargado de serenidad inquietante –y no es paradoja gratuita--, porque es como sentir a la vez escalofrío y confianza. Un verso de este libro me asalta de pronto, para ocupar su lugar en esta reflexión inicial: “Heráclito sangra a estas horas junto al otoño”.

He dicho que Cruchaga está en plena madurez, y me reafirmo en esa convicción al concluir la primera lectura de estos poemas, que desde luego merecen muchas relecturas, como ocurre con toda poesía auténtica y trascendental. La madurez del poeta es nostalgia de sí mismo y también conquista de sí mismo. La vida y la muerte, el amor y la nada, la soledad y el destino salen a cada instante a recibirnos desde los aleros, las cornisas y las terrazas de estos poemas. “Me duele saber que la vida encarna oscuridades”, dice el poeta. Pero al final reconoce que hay “un puente inventado hacia la eternidad”. Y ese invento es lo que de seguro sostiene el ímpetu de la palabra.

Muy salvadoreño y muy universal, André Cruchaga hace su recorrido por los círculos de su propia impaciencia creadora, como aquellos esforzados caminantes de las romerías de Esquipulas, que yo veía pasar, siendo niño, de regreso de su larguísima travesía, por la calle polvorienta del Cantón San Nicolás, en Apopa. Hombre de romería interior, André Cruchaga hace un alto a cada instante para soltar la golondrina de un mensaje descifrado. Las golondrinas que se han posado en los alambres de este libro nos recuerdan que el tiempo es una romería a la vez fosforescente y sombría. Ni la oscuridad ni la luz tienen fecha.


DAVID ESCOBAR GALINDO
San Salvador, 5 de febrero de 2006.