martes, 27 de enero de 2009

Dos palabras introductorias

David Escobar Galindo, El Salvador

___Dos palabras introductorias__



André Cruchaga es un poeta en plena y disciplinada madurez, que ha venido haciendo crecer su caudal creador desde muy temprano en la vida. Hombre vinculado entrañablemente con las vivencias campesinas y con los afanes educativos, su poesía es un testimonio constante del afán de creer en las virtualidades de la palabra en trance, y del acendrado ejercicio que convierte tales virtualidades en obra comunicable. Al hacer un recorrido por la caudalosa escritura de Cruchaga lo primero que se advierte es la fidelidad al cultivo de la propia experiencia: su poesía habla de la vida del poeta en comunión cotidiana con la vida de los otros, de los que rodean su sensibilidad y alimentan sus vivencias más fecundas. Y ese cultivo tan fervoroso y constante se confunde con la propia vida.

OSCURIDAD SIN FECHA se titula el libro que hoy se publica en edición bilingüe. Los poemas de Cruchaga están aquí traducidos al idioma vasco, por María Eugenia Lizeaga. No poseo el idioma de Euzkadi, y por eso no puedo dar fe personal de las bondades de la traducción, pero por lo que sé es trabajo realizado con inspiración sustanciosa. Y es que la poesía de Cruchaga, que es incansable búsqueda de las esencias para trasegarlas en símbolos que se filtran en palabras vivas, es natural transmisora de inspiraciones. Poesía en permanente oficio de autodescubrimiento, sin desgarramiento ni quebraduras, en la que el alma del poeta se recicla sin fin, haciendo de cada momento creador una reproducción espiritual y a la vez un reencuentro con los poderes acumulados de la existencia vivida.

Ajeno a las experimentaciones vacuas y a los alardes estilísticos superficiales, Cruchaga da la impresión de estar siempre en su pequeño mundo, en el que las ventanas abiertas dan a todos los puntos cardinales. Poeta de concentración existencial, se asoma, sin embargo, a cada instante, a los sentimientos y pensamientos de su tiempo. El sentido de su poesía es enigmático por naturaleza, pero con esa clase de enigma que se abre para albergar todas las preguntas y todas las respuestas posibles. Después de leer a Cruchaga uno se siente embargado de serenidad inquietante –y no es paradoja gratuita--, porque es como sentir a la vez escalofrío y confianza. Un verso de este libro me asalta de pronto, para ocupar su lugar en esta reflexión inicial: “Heráclito sangra a estas horas junto al otoño”.

He dicho que Cruchaga está en plena madurez, y me reafirmo en esa convicción al concluir la primera lectura de estos poemas, que desde luego merecen muchas relecturas, como ocurre con toda poesía auténtica y trascendental. La madurez del poeta es nostalgia de sí mismo y también conquista de sí mismo. La vida y la muerte, el amor y la nada, la soledad y el destino salen a cada instante a recibirnos desde los aleros, las cornisas y las terrazas de estos poemas. “Me duele saber que la vida encarna oscuridades”, dice el poeta. Pero al final reconoce que hay “un puente inventado hacia la eternidad”. Y ese invento es lo que de seguro sostiene el ímpetu de la palabra.

Muy salvadoreño y muy universal, André Cruchaga hace su recorrido por los círculos de su propia impaciencia creadora, como aquellos esforzados caminantes de las romerías de Esquipulas, que yo veía pasar, siendo niño, de regreso de su larguísima travesía, por la calle polvorienta del Cantón San Nicolás, en Apopa. Hombre de romería interior, André Cruchaga hace un alto a cada instante para soltar la golondrina de un mensaje descifrado. Las golondrinas que se han posado en los alambres de este libro nos recuerdan que el tiempo es una romería a la vez fosforescente y sombría. Ni la oscuridad ni la luz tienen fecha.


DAVID ESCOBAR GALINDO
San Salvador, 5 de febrero de 2006.

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