martes, 2 de agosto de 2011

CONTEMPLACIÓ DE LA MANSUETUD/ CONTEMPLACIÓN DE LA MANSEDUMBRE-COMENTARIO Y TRADUCCIÓN PERE BESSÓ


Entre lluernes diürnes, la mansuetud del peltre en el tràfec
dels llibres; és habitual moure les cortines i palpar els ecos
de l’espill amb els pètals del sucre: tot allò que he estimat tremola
en les meues temples, viatja com el llampec en les bastides de l’ànima.
Imagen tomada de Miswallpapers.net






CONTEMPLACIÓ DE LA MANSUETUD/ CONTEMPLACIÓN DE LA MANSEDUMBRE-COMENTARIO Y TRADUCCIÓN PERE BESSÓ




Mi querido André:
Otro de los poemas desde esta etapa de búsqueda de la serenidad en la que estás inmerso. Al menos, tratando de contemplar la mansedumbre (sic) frente a la pasión y desbordamiento de los poemas anteriores. Y ello te lleva a reflexionar desde distinta óptica todo aquello que son tus elementos: el insomnio, la doble voz, los libros, citas y autores, la calle (siempre vuelves a ese espacio exterior que, sin embargo, no deja de ser tuyo, apreciado como tuyo, aunque se haga en pocas ocasiones de anónimo malquerer. Y en relación al amor y la soledad, siempre las luciérnagas (ay esa ambivalencia con que las tratas) y el latido de las sienes...
Espejos y calendarios...

Sería ilustrativo realizar el estudio exhaustivo de tus poemas para determinar cuáles son las palabras clave, aquéllas que más utilizas y las variables de sus sentidos.

Como también el uso relajado de americanismos: acá, guacal o huacal, ocote...

Sigues siendo, Andre, el señor de la metáfora, sin duda, sorprendente, aguda, trans-racional y brillante (con la ruptura de sistema que satisfaga, no obstante, la coherencia de la estructura interna del poema:

"el aliento, por supuesto, que nunca se traduce
en víctimas, sino en un pozo de peces y recuerdos."

Un abrazo,
Pere






CONTEMPLACIÓ DE LA MANSUETUD






mientras mis ojos se quiebran en el viento…
FEDERICO GARCÍA LOIRCA



Entre lluernes diürnes, la mansuetud del peltre en el tràfec
dels llibres; és habitual moure les cortines i palpar els ecos
de l’espill amb els pètals del sucre: tot allò que he estimat tremola
en les meues temples, viatja com el llampec en les bastides de l’ànima.
Ascendeixen les gotetes de records fins a ruixar les parets
de secrets. (Contemple serenament el diluvi en les meues mans,
els hostes que ja no hi són, el nosaltres que de sobte brilla
com un símbol, els peixos esdevinguts en les aigües de l’ànima,
aquelles converses boca a boca desafiant l’ocote, els corredors
sense fi de la pluja, el mar inabastable de l’ideal…)

La llum ha anat fent mansuet el calendari; abans fou violent
el palpebreig del llumí i intransigent la nafra de l’alé.
Sempre les lluernes relleven els llocs visibles o foscos;
els dies de vertigen, els deixe per al somnambulisme, aquiete
els talons del somni, els espills condensats de l’aiguardent,
els dies de gebre que comptes les voravies,
aquell xiuxeig mossegà la meua esperança en l’alta nit del somni.
Quan passa la turbulència, sempre vénen dies de calma:
durant el dia s’ha perdut l’udol del suplici; la història
reacomoda els seus coixins,
el destí sempre és anònim abans del presagi,
el tren que batega en les vísceres es fa evident: el miracle
de l’ocell tremola en la finestra, les majúscules que conec en l’aleteig.

Clar que la contemplació no és una cosa inert. No. No ho és:
he hagut d’engolir saliva damunt de la roca, beure la intempèrie
en guacals de morro, riure en el sospir anònim,
trasegar certs clarobscurs en el poema, en l’alfabet,
en el dia de guardar sense pensar en els estreps ni penya-segats;
abans haguí de ficar-me al calaix de la boirina per a sobreviure,
pal•lidir sense assegurança de vida en totes les batalles: hui plou
i es transfiguren les paraules:
així comprenc que les tempestes passen; és una mica, —trobe—,
l’exercici dels brolladors, la ciència del pit que fa possible
diversos moments, l’alé, per descomptat, que mai no es tradueix
en víctimes, sinó en un pou de peixos i records.

Ara comprenc el far de cerç apostat en els matins,
la llum des de l’altura, sense esberlar-se en el fullatge;
la certesa que he erigit en la línia recta dels raïls,
el dolor enderrocat de la pestilència, el martell i els claus de la nit.
Contemple, sí, la flaire del meu mateix vestit cansat,
així responc al desvetlament, així responc a la meua ombra abans de creuar
de bell nou els mateixos carrers, els carrers de sempre:
els carrers que em negaren de pluja els muscles i les temples…

Baratària, julio de 2011





CONTEMPLACIÓN DE LA MANSEDUMBRE





mientras mis ojos se quiebran en el viento…
FEDERICO GARCÍA LOIRCA





Entre luciérnagas diurnas, la mansedumbre del peltre en el trajín
de los libros; es habitual mover las cortinas y palpar los ecos
del espejo con los pétalos del azúcar: todo lo que he amado tiembla
en mis sienes, viaja como el relámpago en los andamios del alma.
Ascienden las gotitas de recuerdos hasta rociar las paredes
de secretos. (Contemplo serenamente el diluvio en mis manos,
los huéspedes que ya no están, el nosotros que de pronto brilla
como un símbolo, los peces sucedidos en las aguas del alma,
aquellas conversaciones boca a boca desafiando el ocote, los corredores
sin fin de la lluvia, el mar inalcanzable del ideal…)

La luz ha ido haciendo manso el calendario; antes fue violento
el parpadeo del fósforo e intransigente la llaga del aliento.
Siempre las luciérnagas relevan los lugares visibles u oscuros;
los días de vértigo, los dejo para el sonambulismo, aquieto
los calcañales del sueño, los espejos condensados del aguardiente,
los días de escarcha que cuentas las aceras,
aquel susurro que mordió mi esperanza en la alta noche del sueño.
Cuando pasa la turbulencia, siempre vienen días de calma:
durante el día se ha perdido el aullido del suplicio; la historia
reacomoda sus almohadas,
el destino siempre es anónimo antes del presagio,
el tren que palpita en las vísceras se hace evidente: el milagro
del pájaro tiembla en la ventana, las mayúsculas que conozco en el aleteo.

Claro que la contemplación no es una cosa inerte. No. No lo es:
he tenido que tragar saliva sobre la roca, beber la intemperie
en guacales de morro, reír en el suspiro anónimo,
trasegar ciertos claroscuros en el poema, en el alfabeto,
en el día de guardar sin pensar en las estribaciones ni acantilados;
antes tuve que meterme en el cajón de la neblina para sobrevivir,
palidecer sin seguro de vida en todas las batallas: hoy llueve
y se transfiguran las palabras:
así comprendo que las tormentas pasan; es un poco, —pienso—,
el ejercicio de los manantiales, la ciencia del pecho que hace posible
diversos momentos, el aliento, por supuesto, que nunca se traduce
en víctimas, sino en un pozo de peces y recuerdos.

Ahora comprendo el faro de cierzo apostado en las mañanas,
la luz desde la altura, sin quebrase en el follaje;
la certidumbre que he erigido en la línea recta de los rieles,
el dolor derribado de la pestilencia, el martillo y los clavos de la noche.
Contemplo, sí, el aroma de mi propio traje cansado,
así contesto al desvelo, así contesto a mi sombra antes de cruzar
de nuevo las mismas calles, las calles de siempre:
las calles que anegaron de lluvia mis hombros y mis sienes…

Barataria, julio de 2011